VE-31 MARZO 2017
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Y al pasear por sus calles me llenó el encanto de esa Austria<br />
increíble, bella y altiva, orgullosa de su Imperial pasado.<br />
Sobre el azul cielo, recortadas como filigrana, divisamos las<br />
agujas de otro orgullo vienés; St. Stephan, donde sobre las 230.000<br />
tejas de colores, el sol se desgrana en mil colores que danzan con los<br />
acordes que, provenientes del monumental órgano, invaden la calle y<br />
acompañan a los transeúntes, que locales o turistas, tienen una<br />
mirada de asombro.<br />
Así llegué hasta un portal en St. Andrä con el corazón latiendo<br />
en mi garganta y con un temblor incontenible en el cuerpo y en el<br />
alma.<br />
Y al abrir la puerta de esa cálida casa, encontré sonrisas en<br />
definidos rostros y brazos extendidos para fundirnos en ese abrazo por<br />
décadas contenido, que desató un volcán de emociones.<br />
Las lágrimas prisioneras se liberaron cual lava ardiente y regaron<br />
las mustias raíces de un árbol casi seco que comenzó a reverdecer con<br />
la savia de las nuevas generaciones que no dejarán nunca más que<br />
este árbol, árbol de la vida, vuelva a verse en sepia.<br />
Y entre lágrimas, me pareció ver a lo lejos, en el infinito, la<br />
sonrisa pícara de mi padre, que con su pulgar hacia arriba me decía:<br />
«¡¡¡¡ Bravo!!!!… ¡¡¡¡Llegaste!!!!»<br />
Liliana Ebner (Buenos Aires, Argentina)<br />
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