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48<br />

El cocinero Stephen Skelton, ya privado<br />

de su libertad, explica que no sabe nada<br />

de las latas con cannabis.<br />

septiembre en el muelle de Praça<br />

Mauá, en la bahía de Guanabara, al<br />

lado del dique donde salieron los<br />

buques de guerra a buscarlo a partir<br />

del 8 de agosto. El buque había solicitado<br />

permiso para ingresar al puerto<br />

de Angra dos Reis días antes, por desperfectos<br />

técnicos en sus motores.<br />

La versión que circuló en los ámbitos<br />

oficiales fue que la tripulación tiró las<br />

latas al mar para evitar problemas<br />

con las autoridades brasileras ante<br />

una inspección de la carga del buque.<br />

Además, presumiblemente, sabían<br />

que la DEA estaba tras ellos. La inteligencia<br />

norteamericana conocía bastante<br />

bien a los traficantes que se<br />

movían entre Asia y Estados Unidos,<br />

y habitualmente infiltraba tripulantes<br />

en aquellas embarcaciones o colocaba<br />

dispositivos en los cargueros<br />

para rastrearlos a lo largo y ancho<br />

del planeta.<br />

El 28 de septiembre de 1987, varios<br />

días después de que las latas empezaran<br />

a ser consumidas devotamente,<br />

un grupo de la Policía Federal ingresó<br />

al Solana Star, pero no encontraron ni<br />

un solo vestigio de las latas o de marihuana.<br />

Así que volvieron varias veces<br />

a inspeccionar el interior del barco<br />

hasta que se encontraron, según los<br />

archivos de la justicia brasilera, dos<br />

centigramos de marihuana, una cantidad<br />

más que insignificante, ridícula.<br />

No se desprende de las investigaciones<br />

judiciales que perito alguno<br />

hubiera comparado el contenido de<br />

las latas confiscadas al mar y las<br />

Una de las miles de latas que se<br />

desparramaron por la costa de Brasil. Foto<br />

del libro Verão da Lata, de Wilson Aquino.<br />

Un bañista buscando su lata de<br />

cannabis. Foto del libro Verão da Lata,<br />

de Wilson Aquino.<br />

miserables lasquitas encontradas por<br />

los federales en la cámara frigorífica<br />

del Solana Star.<br />

La tripulación era norteamericana y<br />

había abandonado el país a los pocos<br />

días de anclar el barco. El único marinero<br />

que se quedó en el hotel fue el cocinero,<br />

Stephen Skelton. El capitán de la embarcación<br />

le había dicho que esperara allí<br />

mientras arreglaban los defectos en los<br />

motores del navío. Cuando las máquinas<br />

estuvieran otra vez en forma, una<br />

nueva tripulación vendría desde Estados<br />

Unidos a continuar el viaje. Skelton recibió<br />

una llamada telefónica de la agencia<br />

marítima que representaba al barco y<br />

que se encargaría de las reparaciones.<br />

La policía quería verlo por el asunto de<br />

las latas. El cocinero declaró que no<br />

sabía nada de aquel asunto, que no tenía<br />

mucho contacto con los otros tripulantes,<br />

narró lo que le dijo el capitán del Solana<br />

Star y que hasta donde tenía conocimiento,<br />

el barco se dirigía al noreste brasilero<br />

a buscar enlatados de tomate para<br />

trasladar a Estados Unidos, pero los<br />

desperfectos en los motores del buque<br />

los obligaron a modificar su trayecto<br />

para reparar el buque. El cocinero fue<br />

liberado inmediatamente.<br />

Días después un diario carioca publicó<br />

en su tapa la foto del barco y<br />

su nombre, vinculándolo al tráfico de<br />

las latas. Cansado de que se lo responsabilizara<br />

del tema, que ya había<br />

desbordado el tazón del escándalo<br />

público en todo Brasil, Stephen fue al<br />

consulado de Estados Unidos en Río<br />

de Janeiro. Quería asesorarse sobre<br />

qué hacer. El vicecónsul lo escuchó<br />

atentamente, levantó su teléfono y se<br />

comunicó con el representante naviero<br />

del Solana Star y les sugirió que<br />

fueran al Departamento de la Policía<br />

Federal. En ciertas circunstancias la<br />

burocracia en América del Sur es por<br />

demás expeditiva; Skelton fue detenido<br />

y no recuperaría su libertad por los<br />

próximos tiempos.<br />

En octubre de 1987 el Ministerio<br />

Público pidió 20 años de prisión para<br />

el cocinero por la infracción de varios<br />

artículos de la ley de drogas brasilera.<br />

Lo acusaban de importación, exportación,<br />

transporte y asociación para el<br />

tráfico de estupefacientes. También se<br />

juzgó a otros seis tripulantes que fueron<br />

sentenciados en rebeldía al abandonar<br />

el territorio brasilero, suerte<br />

que no corrió el sentenciado Skelton.<br />

No hubo pedido de requisitoria policial<br />

internacional alguno, aunque los<br />

magistrados sabían que los procesados<br />

estaban en Estados Unidos.<br />

Ni la policía ni los defensores de oficio<br />

del sistema judicial brasilero podían<br />

comunicarse con el ciudadano estadounidense<br />

angloparlante. El doctor<br />

Wanderley Rebello Filho aceptó el<br />

desafío, mientras todos los defensores<br />

públicos se habían negado a tomar el<br />

caso por no comprender el inglés. No<br />

era la primera vez que la policía lo<br />

llamaba para defender algún gringo.<br />

La acusación estaba plagada de falta<br />

de pruebas. Para empezar, y excepto<br />

por el misterioso télex de la DEA, no<br />

hubo prueba alguna de que el Solana<br />

Star transportara las 22 toneladas de<br />

marihuana a las que hacía referencia.<br />

Tampoco había indicios de que Skelton<br />

ocultara la verdad, no existió ningún<br />

testimonio o documento que involucrara<br />

al cocinero en la operación de tráfico<br />

o que negara sus afirmaciones. Ni el<br />

vicecónsul ni el agente de la DEA se<br />

presentaron a declarar en los juzgados<br />

alegando inmunidad diplomática.<br />

Sin embargo, la justicia federal condenó<br />

a 20 años de penitenciaría a Skelton. Lo<br />

recluyeron en la prisión de Ary Franco,<br />

en el barrio de Água Santa, un presidio<br />

violento, insalubre y colapsado de gente<br />

entre rejas. Skelton sufrió muchas<br />

agresiones, no se podía comunicar con<br />

los otros reclusos, no sabía portugués,<br />

estuvo un año amontonado en los 20<br />

centímetros cuadrados que, en promedio,<br />

Brasil destinaba en aquel momento<br />

para sus presos. Soportó golpes de<br />

la policía y de las bandas de matones<br />

encarcelados, hasta que acordó dos<br />

pagos mensuales, uno para el jefe de<br />

los reclusos, otro para los policías.<br />

El cocinero del Solana Star, dentro<br />

de las que pasó, tuvo suerte, consiguió<br />

un abogado que se preocupó<br />

por él. El 22 de noviembre de 1988, el<br />

Tribunal Federal de Recursos terminó<br />

admitiendo que no había pruebas<br />

concluyentes contra el acusado. Los<br />

magistrados resolvieron liberar a un<br />

temeroso Skelton que le pedía por<br />

“EN OCTUBRE DE<br />

1987 EL MINISTERIO<br />

PÚBLICO PIDIÓ 20<br />

AÑOS DE PRISIÓN<br />

PARA EL COCINERO<br />

DEL BARCO”<br />

favor a Rebello Filho que no se alejara<br />

de él; su familia ya le había mandado el<br />

pasaje de vuelta a Naples, en el estado<br />

de Florida.<br />

“Doctor, solo no entro al avión. No salgo<br />

a la calle sin usted”, suplicaba Skelton<br />

a su abogado mientras iba saliendo<br />

del presidio, después de que la policía<br />

demorara bastante en entregarlo a su<br />

defensor, que había redactado un pedido<br />

de habeas corpus para concretar<br />

la salida. Los medios de comunicación<br />

aguardaban ansiosamente la salida del<br />

cocinero de las latas, pero los guardiacárcel<br />

demoraron tanto en liberarlo,<br />

que cámaras, periodistas y móviles<br />

satelitales de transmisión abandonaron<br />

las puertas del infierno.<br />

Cuando nadie quedaba, Skelton franqueó<br />

la sede del calvario y se subió a un<br />

auto que lo llevó a un hotel de la playa<br />

Copacabana, en la misma calle donde<br />

vivía su abogado. Al día siguiente los<br />

dos embarcaron hacia Estados Unidos.<br />

Los consumidores uruguayos de aquel<br />

momento no tenían ni idea de los pormenores<br />

del caso. Era verano y sobre<br />

todo en las costas de Rocha, aquel Thai<br />

se hizo notar con su presencia aceitosa.<br />

Lo traían los que venían de Brasil y lo<br />

pasaban por la porosa frontera del Chuy.<br />

También lo salieron a buscar los surfistas<br />

uruguayos, en Shangrilá hacían guardia<br />

en la playa para ver si algo brillaba<br />

entre las olas del Río de la Plata, y algunas<br />

latas sacaron, hay quien dice haber<br />

visto tres latas pescadas de la playa<br />

norte de Cabo Polonio. En Montevideo el<br />

‘veneno da lata’ era caro y se vendía en<br />

porciones bastante más pequeñas que<br />

las habituales para la época −ya de por<br />

sí limitadas−, era raro conseguir el prensado<br />

de 25 gramos. Los que lo fumaron<br />

recuerdan quedar dos horas sin hablar<br />

demasiado, permanecían atontados, viajando.<br />

Al otro día, al levantarse, el pegue<br />

seguía. Lo que no duró mucho fue esa<br />

hierba presumiblemente asiática, pero<br />

sí perduró el mito que algunos no le dan<br />

crédito y al que otros magnifican. El Thai<br />

de la lata también llegó a Montevideo en<br />

tiempos de sequía y duró, según algunos<br />

relatos, hasta el invierno de 1988.<br />

Este artículo está incluido en<br />

el ensayo Marihuana y otras<br />

yerbas (Debate, 2012) del<br />

periodista Guillermo Garat.

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