Excodra XXXV: La descendencia

Pronto advirtió que no disponía de un mapa afectivo bien delimitado
con el que orientarse. Apenas unas frágiles coordenadas heredadas
de sus progenitores. Suficiente trabajo habían tenido ellos con alimentar,
vestir y adiestrar disciplinadamente a la amalgama de hijos que habían
traído a este mundo como para preocuparse por legarles una sólida
educación emocional a la que aferrarse. Algo tan extravagante
como innecesario, a su pobre entender. Tampoco podía trazar una hoja
de ruta precisa con las descripciones de los peregrinos que, antes que
ella, habían visitado el lugar. Por alguna inexplicable razón siempre se
muestran las luces del paisaje. Tal vez alguna sombra. Las tinieblas jamás.
Con la mirada fija en el pasado, pincela un oscuro y minúsculo piso
en el barrio de la Barceloneta. Entonces aún de espaldas al mar. El hedor
a humedad. Las paredes desconchadas. La criatura gateando sobre
el gélido terrazo. La nevera vacía en sus tres cuartas partes. La mantilla
de lana con la que cubre al bebé cada mañana, antes de salir de la casa.
La negligencia en la guardería. Las noches de vela en el hospital. La
culpa arañándole el vientre. El consuelo del vaho exhalado. Los dedos
menudos acariciándole el rostro mojado. Los pasos bisoños. Los ojos vivarachos.
Los besos. Las carcajadas. Los saltos en los charcos. El cuento
antes de dormir. Ancestros valores martilleándole las sienes. La palabra
arraigo chirriando en los dientes. La voz interior que invita a la huida.
La voluntad de seguirla. Pálpitos. Los oídos sordos ante la crítica. La
fuerza que llama a la puerta. La renuncia a un trabajo estable, pero insuficientemente
remunerado. El nuevo hogar en otro país. El colegio de
pago. Las clases extraescolares de francés, las de inglés, dibujo, música.
El afán de que su pequeña dispusiera de todo aquello de lo que ella careció,
sin pensar en lo que a cambio le estaba negando.
Sonríe, no sin cierta ternura, cuando visualiza a la joven que aquellos
días fue. Luce un vestido verde esperanza, estampado con brotes
rojos en la parte inferior. Botas de caña alta. Se arropa con el abrigo del
ingenuo sentir que los días añiles habían quedado atrás. Los bolsillos
Excodra XXXV 10 La descendencia