Excodra XXXV: La descendencia
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ca estaba encantada, porque así ella se sentía como más libre en el grupo<br />
de amigas que tenían en común desde muy temprana edad. Carmen<br />
era tímida pero absorbente, acaparaba la atención de los muchachos,<br />
solamente con estar, así que Verónica, feliz de disponer los sábados por<br />
la tarde para tener más presencia. Ella y su hermana, asimismo, se querían<br />
como si fueran parte la una de la otra, que lo eran, pero aún más,<br />
como una misma persona que al mirarse en el espejo se viera seis años<br />
antes, si lo hiciera Susana, o seis años después, si lo hiciera Verónica.<br />
Desde los catorce, Carmen y su voz y su guitarra, ensayaban una o<br />
dos veces por mes, además, con el grupo de Susana, pero aún no iba<br />
con ellas a hacer bolos, hasta que compuso <strong>La</strong> luna en los cristales. El<br />
verano en que hizo dieciséis, la cantó con ellas en dos pubs del centro<br />
antiguo. Aún se es muy joven a esa edad para entender el efecto de las<br />
emociones causadas en los demás cuando se les muestra algo tan hermoso<br />
y arrebatado. El padre y la madre lloraron como unos campeonas<br />
del llanto en las dos ocasiones. Tenían muy buena relación y Carmen<br />
se dejaba cuidar. Les necesitaba como padres y los tenía como<br />
amigos, como esas personas con las que se comparte la vida navegando<br />
en la misma barca y deseando ir en la misma dirección, alcanzar la misma<br />
orilla. Es algo muy difícil, pero a veces ocurre.<br />
Precisamente la timidez de Carmen venía de que no sabía, aún, gestionar<br />
su talento. No sabía, no comprendía exactamente, cómo estar<br />
con las personas que tanto la admiraban. Lo portaba, por no comerse<br />
mucho el tarro, con resolución tímida, callada, sonrojada casi siempre,<br />
como sintiendo que si hablara de más, tal vez, pudiera decir algo que<br />
fuera a romper el encanto que sentía que embebía su vida. Así que, cortando<br />
por lo sano con su ego y con las dudas, hablaba lo justo y componía<br />
canciones con un poco de obsesión, pero nunca perdiendo la ternura<br />
y el mimo, el tacto melódico, lo espontáneo, lo sincero a flor de piel,<br />
y cantaba, cantaba y volaba por los putos aires tras cada concierto, después,<br />
tocando en solitario o acompañada por bandas, con sus padres<br />
siempre cerca, sus amigos, sus parejas, que llegó a tener cuatro en firme,<br />
y sus hijos con el último, dos chavalotes un poco descentrados en<br />
su juventud, pero que irían viviendo más o menos normal, hasta que un<br />
<strong>La</strong> <strong>descendencia</strong> 25 <strong>Excodra</strong> <strong>XXXV</strong>