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VE-44 OCTUBRE 2018

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Ni en sus peores pesadillas se hubiera imaginado Santiago<br />

metido en semejante lío.<br />

De pronto oyó una carcajada y unos brazos que se agitaban<br />

desde el final del circuito y lo animaban a lanzarse y descubrió,<br />

alucinado, que la mujer más guapa del mundo estaba incitándole a<br />

pasar.<br />

Con pasos temblorosos y balanceo desacompasado superó la<br />

trampa de los troncos; cruzando los pies con cuidado, sujetado a su<br />

arnés como si fuera su tabla de salvación, consiguió atravesar la<br />

cuerda mortal del equilibrio; arrastrándose como una cucaracha, llegó<br />

al final del condenado túnel de madera. Y allí estaba, por fin, la<br />

tirolina del infierno. Preparada para que él se colgara como un<br />

chimpancé y se impulsara hasta el otro lado.<br />

Sudando la gota gorda, con los músculos en tensión y las piernas<br />

temblorosas, preparó todo el material tal y como le habían enseñado<br />

hacía apenas unos minutos. Pero Santiago no tenía valor de<br />

impulsarse. Esa decisión, el dejarse llevar, el confiar en que va a ir<br />

bien, en que no va a caer, en que va a lograr su objetivo, no terminaba<br />

de llegar.<br />

La voz de Laura sonó cantarina, como el agua de un río.<br />

—Holaaaaaa. Soy Lauraaaa, ¿cómo te llamas?<br />

—Santiago<br />

—Vamos Santiagoooo, lánzateeeee. Te estoy esperandooooo. Te<br />

ayudo cuando llegues.<br />

Ahí estaba el impulso que necesitaba. No hizo falta más.<br />

Santiago voló entre los árboles y lanzó un grito que se oyó en todo el<br />

parque.<br />

—¡Mámáaaaaaa!<br />

Las risas de Laura lo envolvieron cuando llegó a su destino. Sus<br />

manos fuertes y ágiles lo ayudaron a desatarse de la tirolina y a bajar<br />

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