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LP julio 2019

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PASIONES EN BUENOS AIRES<br />

Tango – el ritmo de<br />

la ciudad<br />

La verdadera religión de Buenos Aires es<br />

también su más famosa exportación: el<br />

tango. En mi última tarde busqué la<br />

milonga – la reunión social en donde los<br />

porteños participan en esta danza<br />

intrincadamente ritual – en El Beso, en el<br />

centro de la ciudad. Sentada a un<br />

costado, observé cómo se llevaba a cabo<br />

cada ritual. Está el cabeceo, con el que los<br />

hombres se comunican con sus parejas<br />

sin decir nada a través del salón, lo que<br />

les permite medir el interés antes de<br />

invitarlas a la pista. Está la tanda de tres<br />

canciones: el tiempo suficiente para que<br />

los bailarines entren en el ritmo del otro<br />

antes de la cortina – un breve fragmento<br />

de una canción de rock o de salsa,<br />

suficientemente larga como para que<br />

todos realicen el cabeceo una vez más.<br />

Después de una hora adentro de la<br />

milonga, las pistas de baile y los<br />

asientos que la rodean están llenos. Dos<br />

mujeres vestidas con idénticos vestidos<br />

a lunares bailan juntas, y otra se<br />

pavonea sobre altísimos zapatos de<br />

tango. Una mujer de edad mediana<br />

vestida de amarillo se da aire con un<br />

enorme abanico de madera, mientras<br />

que un hombre – que debe tener cerca de<br />

noventa años – se sienta para desatarse<br />

los cordones de sus zapatos de cuero<br />

calado y ponerse sus zapatos de baile.<br />

Unos minutos después, se me acerca y<br />

me invita a bailar. Dice que su nombre es<br />

Ellis. Se dio cuenta de que todavía no he<br />

pisado la pista.<br />

Al principio trato de negarme – le digo<br />

que casi no se bailar tango. No le importa.<br />

Conoce los pasos. Sabe como llevarme.<br />

“Cerrá los ojos”, me dice. Lleva<br />

bailando estos mismos pasos lentos<br />

durante años. De algún modo, me las<br />

arreglo para seguirlo hasta que termina<br />

la última canción. Trato de volver a<br />

sentarme. “Por favor”, me dice, con una<br />

amabilidad que no puede ser más cortés.<br />

“Tenés que terminar la tanda”. Alza las<br />

manos como si fuera una fatalidad. “De<br />

lo contrario van a pensar que soy un mal<br />

bailarín”. Seguimos. Avanza – primero<br />

con cuidado, después con más velocidad<br />

– a través de la pista. No me deja caer.<br />

Julio <strong>2019</strong> 39

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