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PASIONES EN BUENOS AIRES<br />
Tango – el ritmo de<br />
la ciudad<br />
La verdadera religión de Buenos Aires es<br />
también su más famosa exportación: el<br />
tango. En mi última tarde busqué la<br />
milonga – la reunión social en donde los<br />
porteños participan en esta danza<br />
intrincadamente ritual – en El Beso, en el<br />
centro de la ciudad. Sentada a un<br />
costado, observé cómo se llevaba a cabo<br />
cada ritual. Está el cabeceo, con el que los<br />
hombres se comunican con sus parejas<br />
sin decir nada a través del salón, lo que<br />
les permite medir el interés antes de<br />
invitarlas a la pista. Está la tanda de tres<br />
canciones: el tiempo suficiente para que<br />
los bailarines entren en el ritmo del otro<br />
antes de la cortina – un breve fragmento<br />
de una canción de rock o de salsa,<br />
suficientemente larga como para que<br />
todos realicen el cabeceo una vez más.<br />
Después de una hora adentro de la<br />
milonga, las pistas de baile y los<br />
asientos que la rodean están llenos. Dos<br />
mujeres vestidas con idénticos vestidos<br />
a lunares bailan juntas, y otra se<br />
pavonea sobre altísimos zapatos de<br />
tango. Una mujer de edad mediana<br />
vestida de amarillo se da aire con un<br />
enorme abanico de madera, mientras<br />
que un hombre – que debe tener cerca de<br />
noventa años – se sienta para desatarse<br />
los cordones de sus zapatos de cuero<br />
calado y ponerse sus zapatos de baile.<br />
Unos minutos después, se me acerca y<br />
me invita a bailar. Dice que su nombre es<br />
Ellis. Se dio cuenta de que todavía no he<br />
pisado la pista.<br />
Al principio trato de negarme – le digo<br />
que casi no se bailar tango. No le importa.<br />
Conoce los pasos. Sabe como llevarme.<br />
“Cerrá los ojos”, me dice. Lleva<br />
bailando estos mismos pasos lentos<br />
durante años. De algún modo, me las<br />
arreglo para seguirlo hasta que termina<br />
la última canción. Trato de volver a<br />
sentarme. “Por favor”, me dice, con una<br />
amabilidad que no puede ser más cortés.<br />
“Tenés que terminar la tanda”. Alza las<br />
manos como si fuera una fatalidad. “De<br />
lo contrario van a pensar que soy un mal<br />
bailarín”. Seguimos. Avanza – primero<br />
con cuidado, después con más velocidad<br />
– a través de la pista. No me deja caer.<br />
Julio <strong>2019</strong> 39