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El Reino de Istar

El mundo de Krynn es fuente de inagotables sorpresas, basten dos ejemplos: en uno de los siete cuentos incluidos en el presente volumen, un Kender se convierte en caballero de Solamnia (bueno, casi lo consigue). En otra narración, un ogro llega a ser salvador de la caza de los enanos, ¡vivir para ver! El libro se cierra con una novela corta de Margaret Weis y Tracy Hickman, «Hilos de seda», en la que se cuenta la suerte que corrieron los verdaderos clérigos y cómo Nuitari, guardiana de la magia negra, intenta frustar las ambiciones del hechicero Túnica Negra, conocido como Fistandantilus. Contiene los relatos: Seis cantos por el Templo de Istar, de Michael Williams. Los matices de la fe, de Richard A. Knaak. Estofado de Kender, de Nick O’Donohe. El deseo del goblin, de Nick O’Donohoe. Las tres vidas de Horgan Embaucabueyes, de Douglas Niles. Llenando espacios vacíos, de Nancy Varian Berberick. Día libre, de Dan Parkinson. Hilos de seda, de Margaret Weis y Tracy Hickman.

El mundo de Krynn es fuente de inagotables sorpresas, basten dos
ejemplos: en uno de los siete cuentos incluidos en el presente volumen, un
Kender se convierte en caballero de Solamnia (bueno, casi lo consigue). En
otra narración, un ogro llega a ser salvador de la caza de los enanos, ¡vivir
para ver! El libro se cierra con una novela corta de Margaret Weis y Tracy
Hickman, «Hilos de seda», en la que se cuenta la suerte que corrieron los
verdaderos clérigos y cómo Nuitari, guardiana de la magia negra, intenta
frustar las ambiciones del hechicero Túnica Negra, conocido como
Fistandantilus.
Contiene los relatos:
Seis cantos por el Templo de Istar, de Michael Williams.
Los matices de la fe, de Richard A. Knaak.
Estofado de Kender, de Nick O’Donohe.
El deseo del goblin, de Nick O’Donohoe.
Las tres vidas de Horgan Embaucabueyes, de Douglas Niles.
Llenando espacios vacíos, de Nancy Varian Berberick.
Día libre, de Dan Parkinson.
Hilos de seda, de Margaret Weis y Tracy Hickman.

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inten<strong>de</strong>nte…<br />

—¡Inten<strong>de</strong>nte! —<strong>El</strong> caballero se puso <strong>de</strong> pie. Su faz estaba muy pálida y su<br />

mano tembló sobre la espada que llevaba al costado—. ¡Inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong><br />

mi padre! ¡Inten<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> un noble predio que ha pasado honorablemente <strong>de</strong><br />

padre a hijo durante generaciones! ¡Fuera! ¡Fuera <strong>de</strong> aquí o por Paladine que…!<br />

—Desenvainó a medias su espada.<br />

La gordinflona cara <strong>de</strong>l clérigo may or se cubrió <strong>de</strong> manchas rojas y blancas;<br />

sus ojos se <strong>de</strong>sorbitaron. Se levantó <strong>de</strong>l sillón en el que estaba sentado. Sus<br />

guardias sacaron las armas y el vibrante sonido <strong>de</strong>l acero resonó en la sala.<br />

—Hijo Venerable, permíteme escoltarte hasta tu carruaje. —<strong>El</strong> hermano<br />

Michael se había a<strong>de</strong>lantado, <strong>de</strong> manera que se interponía entre el indignado<br />

caballero y el ofendido clérigo.<br />

Nicholas, con gran esfuerzo, logró contenerse y volvió a enfundar la espada.<br />

Su hermana gemela estaba a su lado, con las manos cerradas prietamente sobre<br />

su brazo. <strong>El</strong> hermano Michael, hablando con voz sosegada y amable,<br />

acompañaba a buen paso al Hijo Venerable fuera <strong>de</strong> la sala. Ya en la puerta, el<br />

clérigo may or <strong>de</strong> <strong>Istar</strong> hizo un alto y miró atrás; era una mirada dura y severa.<br />

—¿Cómo osas amenazar a un religioso poniendo por testigo a Paladine? ¡Ten<br />

cuidado, señor caballero, no sea que la cólera <strong>de</strong> los dioses se <strong>de</strong>scargue sobre ti!<br />

—Por aquí, Reverencia —indicó el hermano Michael, a la vez que cogía el<br />

fofo brazo <strong>de</strong>l clérigo mayor.<br />

<strong>El</strong> sanador condujo a su superior fuera <strong>de</strong> la sala a un corredor vacío <strong>de</strong><br />

muebles. La única <strong>de</strong>coración eran las ramas <strong>de</strong> adorno <strong>de</strong> Yule, mustias por el<br />

calor, y unas cuantas reliquias <strong>de</strong> una época pasada: una antigua armadura,<br />

tapices <strong>de</strong>scoloridos y un estandarte <strong>de</strong>sgarrado y manchado <strong>de</strong> sangre. <strong>El</strong><br />

clérigo may or dio un respingo <strong>de</strong>spectivo a la vez que miraba <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñoso en<br />

<strong>de</strong>rredor.<br />

—Ya ves, hermano Michael, el <strong>de</strong>terioro a que ha llegado esta hermosa<br />

mansión. Las pare<strong>de</strong>s se les están cayendo encima. Es una pena, un <strong>de</strong>sperdicio.<br />

No pue<strong>de</strong> tolerarse algo así. Confío, hermano, en que aconsejarás bien a estos<br />

dos orgullosos jóvenes, que les hagas ver lo equivocado <strong>de</strong> su actitud.<br />

<strong>El</strong> hermano Michael cruzó las manos bajo las mangas <strong>de</strong> su ajada túnica y no<br />

respondió. Su mirada fue a los numerosos y relucientes anillos que lucían los<br />

gruesos <strong>de</strong>dos <strong>de</strong>l clérigo may or. <strong>El</strong> sanador apretó los labios para que no<br />

escaparan unas palabras que no harían bien alguno, sino, quizá, todo lo contrario.<br />

<strong>El</strong> clérigo may or se acercó más a él.<br />

—Sería una pena que el inquisidor se viera forzado a hacer una visita a este<br />

caballero y a su hermana. ¿No estás <strong>de</strong> acuerdo, hermano Michael?<br />

<strong>El</strong> sanador alzó la vista con premura.<br />

—Pero son <strong>de</strong>votos seguidores…<br />

<strong>El</strong> clérigo may or lo interrumpió con un resoplido <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñoso.

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