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El Reino de Istar

El mundo de Krynn es fuente de inagotables sorpresas, basten dos ejemplos: en uno de los siete cuentos incluidos en el presente volumen, un Kender se convierte en caballero de Solamnia (bueno, casi lo consigue). En otra narración, un ogro llega a ser salvador de la caza de los enanos, ¡vivir para ver! El libro se cierra con una novela corta de Margaret Weis y Tracy Hickman, «Hilos de seda», en la que se cuenta la suerte que corrieron los verdaderos clérigos y cómo Nuitari, guardiana de la magia negra, intenta frustar las ambiciones del hechicero Túnica Negra, conocido como Fistandantilus. Contiene los relatos: Seis cantos por el Templo de Istar, de Michael Williams. Los matices de la fe, de Richard A. Knaak. Estofado de Kender, de Nick O’Donohe. El deseo del goblin, de Nick O’Donohoe. Las tres vidas de Horgan Embaucabueyes, de Douglas Niles. Llenando espacios vacíos, de Nancy Varian Berberick. Día libre, de Dan Parkinson. Hilos de seda, de Margaret Weis y Tracy Hickman.

El mundo de Krynn es fuente de inagotables sorpresas, basten dos
ejemplos: en uno de los siete cuentos incluidos en el presente volumen, un
Kender se convierte en caballero de Solamnia (bueno, casi lo consigue). En
otra narración, un ogro llega a ser salvador de la caza de los enanos, ¡vivir
para ver! El libro se cierra con una novela corta de Margaret Weis y Tracy
Hickman, «Hilos de seda», en la que se cuenta la suerte que corrieron los
verdaderos clérigos y cómo Nuitari, guardiana de la magia negra, intenta
frustar las ambiciones del hechicero Túnica Negra, conocido como
Fistandantilus.
Contiene los relatos:
Seis cantos por el Templo de Istar, de Michael Williams.
Los matices de la fe, de Richard A. Knaak.
Estofado de Kender, de Nick O’Donohe.
El deseo del goblin, de Nick O’Donohoe.
Las tres vidas de Horgan Embaucabueyes, de Douglas Niles.
Llenando espacios vacíos, de Nancy Varian Berberick.
Día libre, de Dan Parkinson.
Hilos de seda, de Margaret Weis y Tracy Hickman.

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ca<strong>de</strong>na.<br />

« De nuevo mi confianza ha sido traicionada… y esta vez será fatal» , pensó<br />

Tremaine.<br />

Intentó levantar la espada y alcanzar con ella al elfo, pero carecía <strong>de</strong> las<br />

fuerzas necesarias. <strong>El</strong> arma escapó <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>dos inertes. Trató <strong>de</strong> hablar, <strong>de</strong><br />

mal<strong>de</strong>cir a Nelk, <strong>de</strong> suplicar. De sus labios sólo salió un patético sonido ahogado.<br />

<strong>El</strong> moribundo caballero vio la figura blanca y plateada <strong>de</strong>l inquisidor mayor<br />

incorporarse por la excitación.<br />

La ca<strong>de</strong>na aplastó la tráquea <strong>de</strong> Arry l. <strong>El</strong> dolor fue espantoso. Luchó por<br />

respirar, pero se ahogó en su propia sangre. Se le doblaron las piernas, y habría<br />

caído al suelo si la cruel ca<strong>de</strong>na no lo hubiera sujetado <strong>de</strong> pie. Vio las gradas y<br />

<strong>de</strong>spués el cielo; se <strong>de</strong>splomó. Un fuego abrasador le quemó los ojos, los<br />

pulmones, el cerebro. Cuando las llamas se apagaron, todo fue oscuridad.<br />

—Confía en mí —susurró una voz… y se echó a reír.<br />

Cuando Arry l <strong>de</strong>spertó, comprendió dos cosas.<br />

La primera, que, a <strong>de</strong>specho <strong>de</strong> saber que había expirado, no estaba muerto.<br />

La segunda, que estaba tendido boca arriba en un campo que <strong>de</strong>bía <strong>de</strong><br />

hallarse lejos <strong>de</strong>l estadio, ya que no oía los gritos <strong>de</strong> la muchedumbre ni veía los<br />

altos muros <strong>de</strong>l recinto.<br />

Mareado y confuso, se llevó la mano a la garganta con un gesto maquinal al<br />

tiempo que se sentaba. Estaba bien, ileso, sin el menor rastro <strong>de</strong> heridas. Como<br />

había ocurrido con la mano <strong>de</strong>l elfo…<br />

Al mirar en <strong>de</strong>rredor, Arry l vio a Nelk encaramado a lomos <strong>de</strong> un caballo<br />

negro. Sujetaba las riendas <strong>de</strong>l corcel <strong>de</strong>l propio caballero. La armadura, la<br />

apreciada armadura <strong>de</strong> su abuelo, relucía con la luz <strong>de</strong>l sol, empaquetada con<br />

cuidado y atada con correas a un caballo <strong>de</strong> carga.<br />

—La experiencia <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong>be <strong>de</strong> haber sido peor para ti que para los<br />

otros que hice volver a la vida. Llegué a dudar <strong>de</strong> que consiguieras <strong>de</strong>spertar.<br />

¡Volver a la vida! <strong>El</strong> caballero se puso <strong>de</strong> pie y miró con gesto ceñudo al<br />

divertido elfo.<br />

—¿Qué quieres <strong>de</strong>cir con « volver a la vida» ? ¡Me mataste!<br />

—Sí. Y <strong>de</strong>spués te traje <strong>de</strong> vuelta. Es uno <strong>de</strong> mis po<strong>de</strong>res como clérigo<br />

verda<strong>de</strong>ro.<br />

—¡No eres un clérigo <strong>de</strong> Mishakal! —<strong>El</strong> caballero recordó sus últimos<br />

pensamientos—. ¡Me dijiste que eras servidor <strong>de</strong> la diosa!<br />

—¡Ah! Nunca me preguntaste <strong>de</strong> qué diosa —dijo Nelk con astucia.<br />

Arryl se llevó la mano a la espada y al punto <strong>de</strong>scubrió que el arma no<br />

pendía <strong>de</strong> su costado. Nelk alzó la espada y la funda.<br />

—Fuiste tú quien <strong>de</strong>cidió que era seguidor <strong>de</strong> la diosa <strong>de</strong>l Bien, no y o. No soy<br />

clérigo <strong>de</strong> Mishakal, cierto. Soy servidor <strong>de</strong> Kinthalas, a quien vosotros llamáis<br />

Sargonnas.

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