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ellos para desear encontrárselos (o para presentir que hubiera
podido desearlo) y, para encontrárselos (incluso
aunque no se encuentre jamás con ellos), el deseo tuvo
que prepararle a ello y el habla disponerle, con el espacio
que ambos detentan y sin el vacío con el cual el encuentro
se colmaría y se cumpliría, al modo de un acontecimiento
histórico.
• En la fría dicha de su memoria, como si la memoria fuese
de todos y el olvido de nadie.
• ¿Acaso lo ha olvidado, el encuentro siempre por venir
que, sin embargo, ya ha tenido lugar siempre, en un pasado
eterno, eternamente sin presente? ¿Cómo hubiera podido
alcanzar el instante de una presencia, si la astucia del
tiempo —el de ellos— consistiese en privarles de toda relación
con un presente? Ley estricta, la más superior de las
leyes, hasta tal punto que, al estar a su vez sometida a éste,
no podría hallar el momento de aplicarse ni, al aplicarse,
de afirmarse. ¿Con una excepción? ¿Acaso dicha excepción,
precisa e insidiosamente brindada, no era una tentación
destinada a tentar a la ley, como el pensamiento de
que, aunque sólo fuese con esas tres palabras, él remataría
dicho pensamiento?
• Has de saber sólo —exhortación que no se presenta—
que la ley del retorno, válida para todo el pasado y para
todo el porvenir, no te permitirá jamás, salvo debido a un
malentendido, agenciarte un lugar en un presente posible,
ni dejar que ninguna presencia venga hasta ti.
• «Tengo miedo»: eso es lo que a veces le oía decir, apenas
había franqueado el umbral, y lo que espantaba era el habla
sosegada que parecía no recurrir al «mí» más que para
tener miedo.
• El eterno retorno de lo mismo: lo mismo, es decir el mí
mismo en la medida en que resume la regla de identidad,
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