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La ley del retorno, al suponer que «todo» retornará,
parece plantear el tiempo como rematado: el círculo fuera
de circulación de todos los círculos; pero, en la medida
en que rompe el anillo por la mitad, propone un tiempo
no ya inacabado sino, por el contrario, finito, salvo en
ese punto actual, el único que creemos detentar y que, al
faltar, introduce la ruptura de infinitud, obligándonos a
vivir como en un estado de muerte perpetua.
• Por habérsele escapado siempre el presente, el acontecimiento
ha desaparecido siempre sin dejar más huella que
la de una esperanza para el pasado, hasta el punto de convertir
el porvenir en la profecía de un pasado vacío.
• El pasado (vacío), el futuro (vacío), bajo la engañosa
luz del presente: únicos episodios que hay que inscribir
en y con la ausencia del libro.
• La estancia era sombría, no es que fuera oscura: la luz
era casi demasiado visible, no alumbraba.
• El habla sosegada, portadora del miedo.
• Lo sabía (de acuerdo quizá con la ley).: el pasado está
vacío y sólo el juego múltiple de reverberación, la ilusión
de que pueda haber un presente destinado a pasar y a
retenerse en el pasado, conduciría a creerlo colmado de
acontecimientos, creencia que lo haría parecer menos
enemistoso, menos espantoso: así, en cuanto pasado habitado,
aunque sea por fantasmas, concedería el derecho
de vivir inocentemente (en el modo narrativo que permite
evocarlo una vez, dos veces, tantas veces como una
vez puede repetirse) aquello mismo que, sin embargo, se
ofrece como revocado por siempre jamás y, al mismo
tiempo, como irrevocable. Lo que hace reflexionar sobre
ello (¿cómo reflexionar, en verdad, sobre ello, reflejándolo,
restituyéndolo a una cierta flexibilidad?). La irrevocabilidad
sería el rasgo con el que el vacío del pasado mar-
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