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BLANCHOT Maurice - El Paso (no) Mas Alla

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petada, es decir, conservada, ni siquiera a distancia. Pero

la ley, con su exigencia siempre absoluta y debido al límite

que determina y que la determina, no soporta que la

gracia venga gratuitamente en su ayuda para hacer posible

su imposible observancia. La ley es la autoridad vacía,

frente a la cual nadie en particular puede mantenerse

y que no puede ser suavizada con la meditación, ese

velo de gracia que haría tolerable aproximarse a ella.

La ley no puede transgredirse puesto que no existe

más que con vistas a la transgresión–infracción y gracias

a la ruptura que ésta cree producir, mientras que la infracción

no hace más que justificar, volver justo lo que

rompe o desafía. El círculo de la ley es el siguiente: es

preciso que haya franqueamiento para que haya límite,

pero sólo el límite, en la medida en que es infranqueable,

requiere ser franqueado, afirma el deseo (el paso en falso)

que ya siempre ha franqueado la línea con un movimiento

imprevisible. El entredicho no se constituye más

que por medio del deseo que sólo desearía con vistas a lo

entredicho. Y el deseo es el entredicho que se libera deseándose,

no ya como deseo por sí mismo entredicho, sino

como deseo (de lo) entredicho que adquiere el brillo, la

amabilidad, la gracia de lo deseable, aunque sea mortal.

La ley se revela como lo que es: no tanto el mandamiento

que se sanciona con la muerte cuanto la muerte misma

con cara de ley, esa muerte de la que el deseo (contra

la ley) no sólo no se aparta sino que se fija como última

meta, deseando incluso morir, a fin de que la muerte,

aunque sea como muerte del deseo, sea aún una muerte

deseada, aquella que sustenta el deseo, al igual que el

deseo paraliza la muerte. La ley mata. La muerte siempre

es horizonte de la ley: si haces esto, morirás. La ley

mata a aquel que no la observa, y observar es ya, asimismo,

morir, morir a todas las posibilidades. Sin embargo,

como la observancia —si la ley es Ley— es imposible y,

en todo caso, siempre incierta, siempre incompleta, la

muerte sigue siendo el único plazo del que sólo el amor

de la muerte puede apartar, pues quien ama la muerte

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