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mente deseante, afirma esto de otro modo: el deseo debe
desear la suerte, sólo así es puro deseo.
Sin embargo, la suerte se burla de nosotros por medio
de lo que la nombra, salvo si, en el mismo movimiento,
«consiguiéramos» burlarnos de ella. Cuando se escribe.:
«Escribir es buscar la suerte», el que lo escribe se enfrenta,
con la inconveniencia propia del caso, a todo el vigor
de las oposiciones no controladas, pues, en primer lugar,
hay que escribir esto y, por lo tanto, establecer, por medio
de la proposición que abre la afirmación de escritura,
una relación de suerte siempre secreta; y como la suerte
es lo que no se busca, se trata de convertir la búsqueda
no ya en el movimiento que conduciría a la suerte, sino
más bien en la baza de la suerte, aquel círculo cerrado no
cerrado del juego en el que reina la suerte sin ley con el
estricto rigor regulado, no obstante, que delimita el espacio
en el que la escritura entra en juego cuando, al buscar
la suerte, no la logra nunca más que como aquello que, a
su vez, busca la escritura para ser suerte.
Escribir es buscar la suerte, y la suerte es búsqueda de
escritura si sólo es suerte con la marca que, de antemano
aunque de forma invisible, responde a la línea de demarcación
—el intervalo de irregularidad en donde suertemala
suerte, juego–ley quedan separados por la cesura
nula o infinita y, al mismo tiempo, intercambiados pero
sin relación de reciprocidad, ni de simetría, ni siquiera
de medida.
La suerte está a la búsqueda de la escritura, no lo olvidemos,
y no olvidemos que lo que halla bajo la forma
de escritura es, «por dicha», la mala suerte, la caída, los
dados lanzados sin fin para no caer más que una vez (tachando,
en esa única vez, la unidad, la totalidad de los
golpes de suerte), puesto que, al caer y sólo al caer, conceden
la marca.
La suerte es el nombre con el que el azar te atrae a fin
de que no seas consciente de la multiplicidad no calificable
en la que te pierde y sin más reglas que las que siempre
lanzan de nuevo lo múltiple como juego: el juego de
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