24Electric
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go todavía están ahí, ese también es su pelo y ese es<br />
su cuello. Nunca consigue verse toda entera y tampoco<br />
está muy segura de lo que quiere ver. Lo había dicho<br />
papá, en una ocasión, después de tocar el piano<br />
y de releer a Goethe sobre el falso movimiento: “es<br />
imposible conocer con precisión absoluta la posición<br />
y la velocidad en las partículas subatómicas, dos de<br />
las magnitudes básicas de la mecánica.” Asocia a su<br />
padre con un olor complejo e intermitente. Cuando<br />
está cerca es un aroma ligero, discreto; cuando se<br />
aleja cambia profundamente y se convierte en ropaje<br />
suntuoso y rico. Un olor compañero. La luz en una<br />
fotografía, como en un espejo, alumbra unas zonas a<br />
costa de ensombrecer a otras. El lugar del espectador<br />
es inquietante porque es incierto.<br />
12<br />
Douglas Gordon<br />
A propuesta de sentidos privilegiados o<br />
provocados: La obra de douglas gordon<br />
Algunos artistas de la modernidad entendieron que<br />
los nuevos procedimientos para la creación plástica,<br />
las llamadas artes visuales, podían asumir más que<br />
aspectos representativos o reproductivos: actitudes<br />
agresivas y transgresoras que en lugar de conservar<br />
lo establecido condujeran hacia su destrucción,<br />
una nueva forma posible, inédita, de la realidad<br />
ambiente. Es real todo lo que se ve, pero también<br />
es real aquello que convertimos en real, a lo que<br />
damos presencia inédita. Esta opción plástica tiene<br />
sentido en tanto que ofrece presencias activas<br />
reales que nos obligan a darles contenido, significado,<br />
aunque sea insólito, inesperado, en ocasiones<br />
obligado por la nueva coherencia que hay que<br />
ordenar desde los sentidos para que lo presentado<br />
sea accesible al entendimiento. Douglas Gordon es<br />
uno de estos agresores de lo inmediato y lo practica<br />
sirviéndose del tiempo, pero también –como en<br />
el caso presente– del fuego. Un tiempo o un fuego<br />
controlados, maniatados, que suspenden su acción<br />
y actividad cuando el artista lo decide, que es<br />
cuando ha conseguido que el observador le siga a<br />
él y no al objeto primigenio que motivara la acción.<br />
Estas imágenes así suspendidas e interrumpidas en<br />
el tiempo en sus procesos otros, incluido el agresivo,<br />
se prestan, se ofrecen a nuevas funciones. La<br />
que posee la colección Olor-Visual pasa de ser una<br />
fotografía atentada, por un motivo subjetivo o de<br />
aberrante juego sádico, al margen de la desfiguración<br />
alcanzada, a adquirir un sentido y significado<br />
nuevo: su nariz ha sido alterada y en este preciso<br />
instante, lo que clama y pone en evidencia la imagen<br />
es el imperativo del olfato. Luego cabe preguntarse<br />
–con consentimiento del agresor o sin él– ¿de qué<br />
sentido básico querías desposeer la imagen? ¿Del de<br />
la belleza o del del olor? Ha conseguido ambos y el<br />
segundo en demasía, poniendo en evidencia el horroroso<br />
y, para el pirómano, dulce olor del fuego que<br />
quema o el apestante aroma de la carne abrasada.<br />
Digno premio Turner, el de Douglas Gordon<br />
Arnau Puig<br />
13<br />
Cecilia de Val<br />
Los recuerdos se imprimen en esa suerte de pergamino<br />
que llamamos memoria. El camino más rápido y<br />
certero para hurgar en ella es el camino de los olores;<br />
eso Proust lo supo, y supo decirlo con palabras. Yo lo<br />
constaté y quise expresarlo a través de una imagen fotografiando<br />
aquel lugar que, bajo la forma de un viejo<br />
almacén poblado de papeles, representaba mi infancia.<br />
Los papeles aún conservaban el antiguo aroma<br />
del árbol del que nacieron, también el del ámbar y el<br />
de todos los años que imprimieron su polvareda, el de<br />
la tinta que les dio vida, el de mis minúsculos dedos<br />
descubriendo el otro reino que habita entre las páginas<br />
de eso que me dicen se llama libro, el del cedro<br />
que era un lápiz y marcaba aquel papel blanco y plano<br />
que podía ser, si pasaba por las manos de mi padre, un<br />
elefante o una jirafa. El olor de mi memoria es múltiple<br />
y complejo como el del papel.<br />
14<br />
Jamie Baldridge<br />
Se dice que el sentido del olfato es el más estrechamente<br />
vinculado a la memoria y para mí no hay duda<br />
de que es así. El rastro de un perfume barato aunque<br />
respetable de grandes almacenes consigue transportarme<br />
treinta años atrás, hasta el confortable saloncito<br />
de mi abuela, mientras que las notas más bohemias<br />
del pachulí y el sándalo al instante me traen a la mente<br />
el verano de mis primeros amores y los pequeños pechos<br />
iluminados por la luna de mi amada roncando<br />
suavemente a mi lado. Verdaderamente creo que los<br />
olores nos pueden transportar, no sólo en la memoria,<br />
sino a lugares que son singularmente sublimes.<br />
Mi taller es un lugar sagrado y mientras trabajo lleno<br />
el aire de humos sacramentales. Debajo de una<br />
colección de cosas variopintas traídas de mis viajes,<br />
en un rincón de la sala, un incensario exhala pesados<br />
zarcillos de incienso de Boswellia y madera de Agar.<br />
Algunas volutas de humo se elevan con lentitud hacia<br />
el cielo, mientras otras se arremolinan mansamente<br />
encima de la mesa y forman una mezcla seductora<br />
con las notas de tabaco y de hachís que cubren mis<br />
dedos. A medida que la atmósfera del taller se convierte<br />
en una suave neblina de incienso perfectamente<br />
homogénea, consigo transportar la mente con<br />
mayor facilidad a mi trabajo e imaginar una nueva<br />
realidad. Mi religión está en ese lugar, desprovisto de<br />
dimensión física, pero inexorablemente atado a las<br />
lágrimas de resina de Boswellia y al divino transporte<br />
de la madera de Agar. Si a alguien se le ocurriera querer<br />
adentrarse en mi obra del modo más perfecto, le<br />
haría inhalar estos mismos olores que emanan de la<br />
tierra mientras contemplan mis creaciones.<br />
Para mí, “In the Morning, Trotsky” huele a leche cuajada,<br />
a jabón de lavanda, y a un viejo parqué hecho con madera<br />
de cedro añeja.<br />
15<br />
Richard Billingham<br />
Mi padre estaba frío en el piso del baño en casa.<br />
Y, ¿qué olor tiene el frío?<br />
16<br />
Esther Ferrer<br />
Está con berza.<br />
17<br />
Roger Ballen<br />
Mi sentido del olor sabe cuando la naturaleza está<br />
cerca.<br />
18<br />
John Coplans<br />
Coplans revisitado<br />
El cuerpo auto fotografiado de Coplans evoca múltiples<br />
lecturas. En el gran primer plano de su mano, que<br />
precisamente ahora está frente de mí, veo una flor carnal<br />
cuya primavera es ya un asunto de larga memoria:<br />
una magdalena proustiana. La gente se pone un perfume<br />
para ser recordada. John Coplans se fotografió<br />
por la misma razón. Su perfume se llama Arte, y tiende<br />
a ser más duradero que la más penetrante de las fragancias.<br />
Mientras contemplo los surcos de esta mano,<br />
pienso en los años vividos y en flores frescas y a la vez<br />
resecas por el tiempo y sus circunstancias. Ninguno de<br />
los cinco sentidos reaviva la memoria de la manera en<br />
que lo hace el olfato. Séneca pensaba que quien frecuenta<br />
la perfumería, aunque sea por un corto período<br />
de tiempo, llevará consigo el perfume del lugar. Y<br />
eso es lo que lleva esa mano que, aunque muy suya,<br />
es a través del arte la mía y la de todos. Una flor frágil,<br />
breve y tan persistente como el olor a violetas; un<br />
olor que es el silencio de una llave abriendo la puerta<br />
de la memoria. Un olor que despierta y provoca más<br />
que cualquier sonido. Al mirar y estudiar esa mano,<br />
pienso en lo acertado del primer plano que se impone<br />
en nuestra retina por su dimensión extra corporal.<br />
Es la primera vez que vemos desde tan cerca carne tan<br />
igual y tan extraña a la nuestra. En tal circunstancia de<br />
proximidad, inevitablemente oleríamos las sales del<br />
sudor, el almizcle, el ámbar, la testosterona apagada,<br />
quizás hasta el ajo, el vino, el ámbar y el tabaco. Pero<br />
no olfateamos nada de eso en la imagen ineludible de<br />
una parte de nuestro cuerpo que nunca observamos,<br />
puesto que nunca se ha superado su nivel utilitario.<br />
Esa mano se convierte en arte al mostrar con detallado<br />
exceso su vejez y su fragilidad a nuestro ojo distraído,<br />
mientras nosotros, por el contrario, sólo prestamos a<br />
los demás la nuestra como parte inevitable de la convención<br />
social. La mano de Coplans nos invita a mirar<br />
las uñas, el vello de los dedos, que parece un bosque<br />
arrasado por un pirómano. Los surcos de la palma,<br />
que podrían darnos una lectura quiromántica del artista,<br />
quedan escondidos bajos los dedos corazón y<br />
anular. Lo viejo y la novedad de la imagen luchan en<br />
nuestra retina por su espacio de privilegio en nuestra<br />
consciencia, y de esta conclusión nace la memoria y el<br />
olor que es el olor del presente. El olor entre lo viejo y<br />
lo nuevo, lo vivido y lo intuido. El olor de la memoria<br />
y del arte, con raíces tan profundas como los surcos<br />
de esta mano vieja resistiendo con toda su sabiduría<br />
al invierno final, es el olor que se desprende de ese<br />
lenguaje de signos tan herméticos como pueriles.<br />
Una propuesta de juego, un código agridulce que, en<br />
un lenguaje silencioso, sin ser mudo, nos habla de expresionismo,<br />
existencialismo, surrealismo, fotografía,<br />
percepción, lenguaje, teatro, y un gran conocimiento<br />
del arte y de sus teorías, además de la imposibilidad<br />
de disfrutar de una primavera eterna. La última vez<br />
que vi a mi amigo Coplans, hace un par de años, todavía<br />
utilizaba como coletilla la frase “as you can see...”,<br />
“como puedes ver...”, Entonces ya comenzaba a perder<br />
la vista de un ojo. Ahora que lo pienso, cuando iba<br />
a verlo, primero a su estudio a la sombra de las Torres<br />
Gemelas, en Cedar Street, y luego en el corazón de<br />
Bowery, a veces le llevaba, además de una botella de<br />
vino, algunas flores. “Ponlas pro ahí”, me indicaba<br />
con un gesto distraído, mientras concentraba su atención<br />
a la lectura de la etiqueta de la botella. “Gracias<br />
por el vino - parece decir todavía -, y ya sabes que mi<br />
gato te agradece que hayas traído las violetas.”<br />
Gabriel Halevi<br />
Barcelona, 5 de septiembre de 2003<br />
19<br />
Nobuyoshi Araki<br />
Araki está fascinado sobre todo por las cosas que lo<br />
rodean en su existencia cotidiana, ya sean edificios,<br />
flores, plantas, mujeres, comida o los cielos de Tokio.<br />
Para Araki, todo en su entorno es igualmente digno<br />
de imagen, por lo que toma fotografías sin hacer<br />
ninguna distinción entre los sujetos por su supuesto<br />
“significado” o la falta de lo mismo.<br />
La fascinación del cuerpo femenino, es un tema<br />
constantemente recurrente en la obra de Araki. Sin<br />
embargo, su mirada “erotizante”, impulsada por el<br />
deseo de perderse a sí mismo y a todos sus sentidos<br />
en el tema que está retratando, también lo capta en<br />
las superficies sensuales de las comidas seductoras o<br />
los intensos colores en el interior de una flor.<br />
¿Retrata también Araki los olores?<br />
Bob van Orsouw<br />
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