Testimonios Arrecife
Textos sedimentarios sobre la orquesta: entrevistas, manifiestos, autobiografías y otras informaciones, no siempre útiles.
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VENDIENDO AIRE
Aproximadamente 850 de cada 900 chavales sueñan alguna vez con ser estrellas de la música.
Quizá 200 de ellos montarán una banda, se apuntarán a clases de música, participarán en
concursos televisados... 1 de cada 1.000, pongamos, vivirá su sueño adolescente, que por
supuesto no se cumplirá en la medida en que lo había figurado. Tendrá que aceptar exigencias,
trabajar muy duro y posiblemente su exitosa carrera musical consistirá en cinco minutos de
fama. O incluso menos. Un corte de tres minutos que debutará en el mainstream nacional y que
Pablo tendrá que interpretar millones de veces, tantas que acabará renegando de él. Cuando
Pablo ya es famoso, después de su tercera desintoxicación, piensa que quizá debía haber sido
abogado, ingeniero, mecánico o fontanero. Tener una vida... ¿normal? El dinero no da la
felicidad, pero Pablo llora más a gusto en su deportivo y muchos chavales sueñan con ser como
Pablo. Porque Pablo tiene un deportivo y es una estrella de la música.
Está bien aconsejar que la gente persiga sus sueños. Pero este sueño que nos ocupa no es sino
un estándar diseñado por la industria, alimentado por la publicidad, enaltecido por los medios,
sustentado por una gran montaña de dinero que pone precio a la vida de los artistas, que los
coloca en un ranquin de productos, que los otorga la categoría de dioses inmortales en la tierra.
Se venden discos, camisetas, conciertos... A veces me pregunto si realmente la música es esta
escena fanática porque me parecen ridículos los escenarios, porque me parece absurda la
crítica... no entiendo que la música sea un espectáculo, un negocio, un sistema controlado por
las grandes multinacionales, por los gurús de las redes sociales. Han puesto precio a la luz del
sol. Están vendiendo el aire.
De súbito llega internet vestido al uso de la esperanza salvadora de la música. Es el fin del antiguo
y corrompido modelo industrial. Es como cuando un partido político nuevo irrumpe en la escena
bipartidista, una esperanza donde todos se sienten reflejados. Algo va a cambiar. Pronto la gente
desilusionada encuentra en los nuevos modelos el alivio a todas sus frustraciones. Y así es como
un buen número de chavales soñarán de nuevo con ser Pablo. Muy pocos llegarán a serlo. Y el
que alcance su sueño, seguramente no alcance la felicidad.
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