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—Allí vienen ya los gorrudos —clamaron con azoro los vecinos de Fresnillo cuando supieron que el<br />

asalto de los revolucionarios a la plaza de Zacatecas había sido un fracaso.<br />

Volvía la turba desenfrenada de hombres requema. dos, mugrientos y casi desnudos, cubierta la<br />

cabeza con sombreros de palma de alta copa cónica y de inmensa falda que les ocultaba medio<br />

rostro.<br />

Les llamaban los gorrudos. Y los gorrudos regresaban tan alegremente como habían marchado días<br />

antes a los combates, saqueando cada pueblo, cada hacienda, cada ranchería y hasta el jacal más<br />

miserable que encontraban a su paso.<br />

— ¿Quién me merca esta maquinaria —pregonaba uno, enrojecido y fatigado de llevar la carga de<br />

su "avance".<br />

Era una máquina de escribir nueva, que a todos atrajo con los deslumbrantes reflejos del niquelado.<br />

La "Oliver", en una sola mañana, había tenido cinco propietarios, comenzando por valer diez pesos,<br />

depreciándose uno o dos a cada cambio de dueño. La verdad era que pesaba demasiado y nadie<br />

podía soportarla más de media hora.<br />

— Doy peseta por ella —ofreció la Codorniz.<br />

— Es tuya —respondió el dueño dándosela prontamente y con temores ostensibles de que aquél<br />

se arrepintiera.<br />

La Codorniz, por veinticinco centavos, tuvo el gusto de tomarla en sus manos y de arrojarla luego<br />

contra las piedras, donde se rompió ruidosamente.<br />

Fue como una señal: todos los que llevaban objetos pesados o molestos comenzaran a deshacerse<br />

de ellos, estrellándolos contra las rocas. Volaron los aparatos de cristal y porcelana; gruesos espejos,<br />

candelabros de latón, finas estatuillas, tibores y todo lo redundante del "avance" de la jornada quedó<br />

hecho añicos por el camino.<br />

Demetrio, que no participaba de aquella alegría, ajena del todo al resultado de las operaciones<br />

militares, llamó aparte a Montañés y a Pancracio y les dijo:<br />

—A éstos les falta nervio. No es tan trabajoso tomar una plaza. Miren, primero se abre uno así...,<br />

luego se va juntando, se va juntando..., hasta que ¡zas!... ¡Y ya!<br />

Y, en un gesto amplio, abría sus brazos nervudos y fuertes; luego los aproximaba poco a poco,<br />

acompañando el gesto a la palabra, hasta estrecharlos contra su pecho.<br />

Anastasio y Pancracio encontraban tan sencilla y tan clara la explicación, que contestaron<br />

convencidos:<br />

— ¡Esa es la mera verdá!... ¡A éstos les falta ñervo!...<br />

La gente de Demetrio se alojó en un corral.<br />

—¿Se acuerda de Camila, compadre Anastasio —exclamó suspirando Demetrio, tirado boca arriba<br />

en el estiércol, donde todos, acostados ya, bostezaban de sueño.<br />

— ¿Quién es esa Camila, compadre<br />

— La que me hacía de comer allá, en el ranchito... Anastasio hizo un gesto que quería decir: "Esas<br />

cosas de mujeres no me interesan a mí".<br />

— No se me olvida —prosiguió Demetrio hablando y con el cigarro en la boca—. Iba yo muy<br />

retemalo. Acababa de beberme un jarro de agua azul muy fresquecita. "¿No quere más", me<br />

preguntó la prietilla... Bueno, pos me quedé rendido del calenturón, y too fue estar viendo una jícara<br />

de agua azul y oír la vocecita: "¿No quere más"... Pero una voz, compadre, que me sonaba en las<br />

orejas como organillo de plata... Pancracio, tú ¿qué dices ¿Nos vamos al ranchito<br />

— Mire, compadre Demetrio, ¿a que no me lo cree Yo tengo mucha experiencia en eso de las<br />

viejas... ¡Las mujeres!... Pa un rato... ¡Y mi' qué rato!... ¡Pa las lepras y rasguños con que me han

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