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El hombre sonrió amargamente.<br />

—Nomás que tiene una maña —observó Pancracio, boca arriba y mirando el azul del cielo—: apenas<br />

mira un hombre, y luego luego se prepara.<br />

Rieron a carcajadas; pero Venancio, muy grave, indicó la puerta de la sacristía al paisano.<br />

Este, tímidamente, entró y expuso a Demetrio su queja. Los soldados acababan de "limpiarlo". Ni un<br />

grano de maíz le habían dejado.<br />

— Pos pa qué se dejan —le respondió Demetrio con indolencia.<br />

Luego el hombre insistió con lamentos y lloriqueos, y Luis Cervantes se dispuso a echarlo fuera<br />

insolentemente. Pero Camila intervino:<br />

— ¡Ande, don Demetrio, no sea usté también mal alma; déle una orden pa que le devuelvan su<br />

maíz!...<br />

Luis Cervantes tuvo que obedecer; escribió unos renglones, y Demetrio, al calce, puso un garabato.<br />

— ¡Dios se lo pague, niñal... Dios se lo ha de dar de su santísima gloria... Diez fanegas de maíz,<br />

apenas pa comer este año —clamó el hombre, llorando de agradecimiento. Y tomó el papel y a todos<br />

les besó las manos.<br />

Iban llegando ya a Cuquío, cuando Anastasio Montañés se acercó a Demetrio y le dijo:<br />

—Ande, compadre, ni le he contado... ¡Qué travieso es de veras el güero Margarito! ¿Sabe lo que<br />

hizo ayer con ese hombre que vino a darle la queja de que le habíamos sacado su maíz para<br />

nuestros caballos Bueno, pos con la orden que usté le dio fue al cuartel. "Sí, amigo, le dijo el güero;<br />

entra para acá; es muy justo devolverte lo tuyo. Entra, entra... ¿Cuántas fanegas te robamos...<br />

¿Diez ¿Pero estás seguro de que no son más que diez... Sí, eso es; como quince, poco más o<br />

menos... ¿No serían veinte... Acuérdate bien... Eres muy pobre, tienes muchos hijos que mantener.<br />

Sí, es lo que digo, como veinte; ésas deben haber sido... Pasa por acá; no te voy a dar quince, ni<br />

veinte. Tú nomás vas contando... Una, dos, tres... Y luego que ya no quieras, me dices: ya." Y saca el<br />

sable y le ha dado una cintareada que lo hizo pedir misericordia.<br />

La Pintada se caía de risa.<br />

Y Camila, sin poderse contener, dijo:<br />

—¡Viejo condenado, tan mala entrañal... ¡Con razón no lo puedo ver!<br />

Instantáneamente se demudó el rostro de la Pintada. —¿Y a ti te da tos por eso<br />

Camila tuvo miedo y adelantó su yegua.<br />

La Pintada disparó la suya y rapidísima, al pasar atropellando a Camila, la cogió de la cabeza y le<br />

deshizo la trenza.<br />

Al empellón, la yegua de Camila se encabritó y la muchacha abandonó las riendas por quitarse los<br />

cabellos de la cara; vaciló, perdió el equilibrio y cayó en un pedregal, rompiéndose la frente.<br />

Desmorecida de risa, la Pintada, con mucha habilidad, galopó a detener la yegua desbocada.<br />

—¡Ándale, curro, ya te cayó trabajo! —dijo Pancracio luego que vio a Camila en la misma silla de<br />

Demetrio, con la cara mojada de sangre.<br />

Luis Cervantes, presuntuoso, acudió con sus materiales de curación; pero Camila, dejando de<br />

sollozar, se limpió los ojos y dijo con voz apagada:<br />

—¿De usté... ¡Aunque me estuviera muriendo! ¡Ni agual...<br />

En Cuquío recibió Demetrio un propio.<br />

—Otra vez a Tepatitlán, mi general —dijo Luis Cervantes pasando rápidamente sus ojos por el<br />

oficio—. Tendrá que dejar allí la gente, y usted a Lagos, a tomar el tren de Aguascalientes.

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