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“El equipo es de mi hermano; lo que hago, en realidad, yo aquí es el diseño, la<br />
hechura de los discos; mi hermano graba la música”, expone.<br />
Junto con dos de sus sobrinos conformó la efímera banda FBI (Fausto, Benemérito<br />
Insigne). “Empezamos a tocar, pero no hubo mucha respuesta de parte de<br />
los lugares y si no hay lana cuando tocas es muy difícil que te mantengas”.<br />
A veces se junta con sus compañeros del grupo Qual, principalmente en algún<br />
aniversario luctuoso de Rockdrigo. Le pregunto si alguna vez se llega a sentir incómodo<br />
por interpretar las canciones del tamaulipeco. Responde: “No, hay piezas<br />
que yo no toco de Rodrigo, como Distante instante, porque nunca la toqué; pero,<br />
por ejemplo No tengo tiempo (de cambiar mi vida), Rock del Ete o Metro Balderas sí,<br />
porque los arreglos los hicimos nosotros”.<br />
Servir y proteger<br />
En 2004 escribió el libro Servir y proteger, un recuento de sus anécdotas con la<br />
policía. Aquí una de ellas:<br />
“Rozaba los dieciséis años, era un chavo con una incipiente greñita, comenzaba<br />
a dejarme crecer el pelo después de toda una vida de casquete corto o regular.<br />
Contaba ya con algunas experiencias, pues desde el 66 asistía a la Prevo 4, una<br />
escuela del Poli que estaba ubicada en la unidad Tlatelolco —ahora es un hospital<br />
del Seguro Social. El movimiento estudiantil del 68 me afectó fuertemente;<br />
participé en él volanteando, asistiendo a infinidad de asambleas y desde luego a<br />
algunas marchas. Después de eso abandoné la escuela y me dediqué a trabajar;<br />
desde morrillo me había llamado la atención el trabajo en la imprenta de mi tío y<br />
así, casi sin darme cuenta, ayudando a compaginar facturas o doblar folletos me<br />
fui haciendo de un oficio”.<br />
“Un día que estaba descansando a la hora de la comida se me ocurrió empezar<br />
a jugar con unos amigos del callejón: de un lado al otro de la calle nos lanzábamos<br />
un balón de americano cuando de improviso apareció una panel en la esquina<br />
de Nezahualcóyotl. Exactamente en ese momento el balón se me escapa de las<br />
manos y va a rodar a un lado de la camioneta (les llamábamos ‘julias’, nunca he<br />
sabido por qué), cerca de una de las llantas traseras. Entonces, sin pensarlo, me<br />
dirijo a recoger el ovoide encontrándome con la cara de malamadre del conductor<br />
de la jaula rodante, que amenazadoramente me dice: ‘Órale, pinche escuincle, no<br />
ande jugando en la calle’. Sorprendido no acierto más que a mirarlo. Mi mente no<br />
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