Engrandecer a la mujer con su femineidad, al - Universidad ...

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David Lach. s/t.
de niñas y mujeres que históricamente se
ha propiciado para concretar su entrega
al hombre, a modo de intercambio de
bienes —según lo establecen algunas
teóricas del feminismo—, y esta es una
idea inseparable de la vestimenta de
las mujeres, la cual se ha resistido a lo
funcional, a lo pragmático y a la actividad
intensa y externa que se le negó al género
femenino en tiempos pasados. Ha estado
tan asimilada o legalizada la vestimenta
femenina sumamente decorada que en
pleno siglo XXI las niñas aún son peinadas
con varias trenzas o colas; tienden a
llevar el cabello largo, anudado con
listones, flores o plásticos muy coloridos;
usan predominantemente el color rosa
—igualmente asociado a la flor de esa
variedad— y las sandalias, los vestidos, las
blusas y las diademas contienen una gran
profusión de motivos florales que en suma
representan inactividad y pasividad.
Esta tendencia se presentó con mayor
énfasis en el mencionado siglo XIX, cuando
ese gusto ornamental exaltaba la relación
mujer-naturaleza, especialmente por la
idealización negativa que se propició
dentro de movimientos artísticos y literarios
como el Romanticismo. Éstas son formas
de cosificación de las mujeres, pues se les
representa como obsequios para el varón;
el arreglo femenino excesivo y su vestuario
hacen ostensible un variado conjunto de
telas, moños, cintas, envolturas y atractivos
corpiños —que contribuyen a acentuar
las líneas anatómicas curvadas—, así
como los elementos vegetales o peinados
sensuales y complicados. Este conjunto
de atavíos son contrarios a los utilizados
por los hombres; por ejemplo, lo corto del
cabello, fácil de mantener arreglado y ágil
en la defensa personal, razón por la que el
llamado “casquete corto” se asocia con lo
militar, una de las actividades masculinas
por excelencia; así mismo, sus accesorios
tienden a lo austero y a los diseños
verticales, muchas veces todos oscuros, sin
alguna relación estrecha con los motivos
vegetales.
Si observamos fotografías, sobre todo
antiguas, podemos encontrar cómo hasta
en las formas de mirar se han construido y
diferenciado distintas maneras por género;
son miradas que han sido confrontadas
tanto para los hombres como para
las mujeres. Por lo general, los varones
dirigen su vista firmemente a la cámara
y al fotógrafo, mientras que las mujeres al
piso, pero, si cargan un bebé, lo ven sólo
a él; usualmente aparecen sentadas y
los varones de pie, representando líneas
horizontales; debemos entender que estos
hábitos son construidos y resultado de las
formas de educación e interacción de
la sociedad, mas no son heredados ni se
encuentran dentro de nuestras estructuras
genéricas.
Por prejuicio y tradición machista se
considera que el hombre es violento por
naturaleza, entendido como sociedad
en su conjunto. Tales falsedades dan
marco a una breve disertación sobre la
violencia contenida en algunos aspectos
formativos de los niños muy activos y
las niñas “decentes”, adelantando que
las circunstancias contextuales y la
educación de los niños también forman
parte de una construcción cultural
basada en paradigmas, modelos,
comportamientos, hábitos y maneras
de ser. Esto sin menoscabo de que se
pretenda establecer aquí una escala de
valores sobre lo que es “bueno o malo”
en términos de la orientación formativa