La Malhora - La novela corta: una biblioteca virtual
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32<br />
Marcelo lo vió salir, sin comprender.<br />
<strong>La</strong> Tapatía lo llamó y le dijo:<br />
—Marcelo, vamos a la cantina de enfrente…<br />
Un ponchecito para este frío.<br />
En la esquina discutieron ampliamente el caso.<br />
Bueno. Porque sus abismos se miraron y entraron<br />
en conjunción.<br />
Al amanecer, bajo un cielo ópalo ondulado<br />
y <strong>una</strong> atmósfera cruel, la policía encontró en un<br />
prado de la avenida del Trabajo, allí muy cerca<br />
del quiosquito, el cuerpo blanco y congelado de<br />
la <strong>Malhora</strong>, sin <strong>una</strong> ropa, yacente entre escamos<br />
de nieve y zacatitos de plata.<br />
¡Ah!, también descerrajadas las puertas de <strong>La</strong><br />
Carmela, fracturada la caja y el tocinero Epigmenio<br />
cosido a puñaladas.<br />
Porque la Tapatía era <strong>una</strong> gran intuitiva. Marcelo<br />
habría hecho las cosas bien; pero sin finalidad.<br />
<strong>La</strong> Tapatía no. Donde ponía negro resultaba blanco<br />
y un puñado de fango al pasar por sus manos<br />
se tomaba copo de armiño.