La Malhora - La novela corta: una biblioteca virtual
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de Faramalla. Clínico estupendo, te aviso que<br />
tiré ha tiempo los fárragos que me abrumaban<br />
y me conquisté. Tú sigue con tu joroba de libros<br />
y clientes, galimatías; sigue tu camino de<br />
discos amarillos, resonantes (¡buen provecho!)<br />
y resérvame el derecho de no reírme de ti a carcajadas.<br />
¡Alfonso, ten piedad de ti!”.<br />
¡Ah, ésta es Altagracia! Sería imposible olvidarla.<br />
Altagracia, eres otra. No para mí. Mi mujer<br />
dice: “hacendosa, limpia y muy pronta... un poco<br />
triste aun, necesita tónicos”. Es la inocente manía<br />
de los enfermos sin remedio. Altagracia, óyela<br />
abriendo tu paraguas... como yo. Tu dolencia cabe<br />
en la industria y rebasa la ciencia, o lo que es lo<br />
mismo, criadita sin sueldo, la medicina y tú nada<br />
tienen qué hacerse. Menos mal para ti a quien cura<br />
un cura. Acércate sin temor. Sí, yo sé. El hombre te<br />
ha hecho daño, un daño enorme. No te inquietes,<br />
Altagracia: el hombre sólo es tonto o ignorante o<br />
las dos cosas. Malo no, por que el mal es <strong>una</strong> palabra.<br />
Los barrenos en mis huesos, los relámpagos<br />
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