La Malhora - La novela corta: una biblioteca virtual
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“El padre Quiñones se ha hecho ya cargo de<br />
los males de su espíritu, Altagracia; mi esposo<br />
va a curarla de sus dolencias corporales. Samuel,<br />
Altagracia necesita reconstituyentes, cacodilatos,<br />
nucleínas, estrícnicos... tú sabrás”.<br />
“¿Conque Altagracia? ¿Nombre de guerra,<br />
eh?”.<br />
Levantó su frente vellosa y cerrada (un jumentillo<br />
de dos semanas) y me miró. Mirada de<br />
animal... digamos, de animal domesticado. Ello<br />
fue que sus dos luciérnagas en la negrura de mi<br />
cuarto no me dejaron cerrar los ojos. Hasta que<br />
me levanté y le abrí el balcón a la noche espléndida,<br />
comprendí. ¡Los ojos de Lenín! Sí, señor,<br />
¿por qué no? ¿Y la teosofía? ¿y Einstein?... Por<br />
lo demás eso me basta a mí. A mí, Universo... a<br />
mí…<br />
No he dicho, sin embargo, quién es Lenín.<br />
Una historia: el día de mi triunfo o de mi derrota,<br />
que es igual. A las veinte el discurso de recepción<br />
académica, a las veinte y cuarenta y cinco<br />
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