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la buena predicación gleen conjurske - Centro de Avivamiento ...

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llorar, pero ¿cómo puedo evitarlo si uste<strong>de</strong>s no lloran por sí mismos, aunque sus almas estén al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

<strong>de</strong>strucción? y no sé en absoluto ¡si están escuchando su último sermón! Algunas veces él lloraba<br />

excesivamente, pisoteaba fuerte y apasionadamente, y frecuentemente era tan sobrecogido que requería un<br />

_____________________________________________________________<br />

(*) “The Life of George Whitefield”, por L. Tyerman; Londres: Hod<strong>de</strong>r and Stoughton, 1890, Vol. II, Pag.<br />

510.<br />

poco <strong>de</strong> tiempo para componerse.” (*). ¿Es algo sorpren<strong>de</strong>nte que semejante <strong>predicación</strong> penetraba en los<br />

corazones <strong>de</strong> <strong>la</strong> gente? Un joven indiferente que escuchó a Whitefield por primera vez, <strong>de</strong>scribe <strong>la</strong><br />

manera y el efecto <strong>de</strong> su <strong>predicación</strong>: “El señor Whitefield <strong>de</strong>scribió el personaje <strong>de</strong>l saduceo, esto no me<br />

impresionó. Yo me consi<strong>de</strong>raba tan buen cristiano como cualquier hombre en Ing<strong>la</strong>terra. De ahí prosiguió<br />

con los fariseos. Él <strong>de</strong>scribió su <strong>de</strong>cencia exterior, pero comentó que el veneno <strong>de</strong> una serpiente inf<strong>la</strong>maba<br />

sus corazones. Esto me sacudió un poco. Más tar<strong>de</strong> en el curso <strong>de</strong> su sermón, se <strong>de</strong>tuvo abruptamente; hizo<br />

una pausa durante unos momentos; y estallo en un mar <strong>de</strong> <strong>la</strong>grimas; levantó sus ojos y sus manos y exc<strong>la</strong>mó<br />

‘¡Oh, mis oyentes! ¡La ira que vendrá! ¡La ira que vendrá! Estas pa<strong>la</strong>bras se gravaron en mi corazón como<br />

plomo en el agua. Lloré, y cuando el sermón se terminó, me retiré solo. Durante días enteros y semanas, no<br />

podía pensar en otra cosa. Esas tremendas pa<strong>la</strong>bras me seguirían a don<strong>de</strong> quiera que fuera, ¡La ira que<br />

vendrá!, ¡La ira que vendrá!” (**). El joven se convirtió muy pronto y más tar<strong>de</strong> se <strong>de</strong>dicó a predicar.<br />

Charles Wesley también predicaba sin preparación previa, algunas veces abría su Biblia y predicaba sobre el<br />

primer texto que se le presentara. De él leemos, “Sus discursos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el púlpito no eran áridos ni<br />

sistemáticos, sino que fluían <strong>de</strong> <strong>la</strong>s visiones y sentimientos <strong>de</strong> su propia mente. Él tenía un talento<br />

sobresaliente para expresar <strong>la</strong>s verda<strong>de</strong>s más importantes con sencillez y energía; y sus discursos eran<br />

algunas veces verda<strong>de</strong>ramente apostólicos, forzando <strong>la</strong> convicción en los oyentes a pesar <strong>de</strong> <strong>la</strong> oposición<br />

más <strong>de</strong>terminante” (***).<br />

Otra persona que lo conocía bien escribe, “Su don ministerial era en un aspecto, verda<strong>de</strong>ramente<br />

extraordinario: llegaba lo más cerca <strong>de</strong> lo que creemos que era <strong>la</strong> manera original <strong>de</strong> predicar el evangelio<br />

que yo haya visto… en don<strong>de</strong> sólo Dios y pecadores concienciados estaban <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> él, parecía que nada<br />

podría oponerse a <strong>la</strong> sabiduría y po<strong>de</strong>r con que él hab<strong>la</strong>ba<br />

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(*) ibid., pag. 511<br />

(**) “Memoirs of George Whitefield”, por John Gillies (Revisado y Corregido con “Large Additions and<br />

Improvements”); Middletown: “Hunt and Noyes”, 1838, Pag. 143.<br />

(***) “The Life of John Wesley”, por John Whitehead; Boston: J. McLeish, 1844, Vol. I, Pag. 228<br />

para usar <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras <strong>de</strong> un hombre piadoso, ‘Eran rayos y truenos’ ” (*).<br />

Evi<strong>de</strong>ntemente, esto no se pue<strong>de</strong> acreditar como un principio <strong>de</strong> homilética, ya que <strong>la</strong> homilética nunca<br />

produjo tal <strong>predicación</strong>, y Charles Wesley nunca usó <strong>la</strong> homilética. ¿Entonces qué? Era un hombre <strong>de</strong><br />

espíritu ferviente, como toda su vida lo testificó. Su <strong>predicación</strong> era, sobre todas <strong>la</strong>s cosas, intensa.<br />

Predicaba <strong>de</strong>l corazón, y muy frecuentemente, mientras hab<strong>la</strong>ba, <strong>la</strong>s lágrimas bañaban su rostro. Enseguida<br />

su propia explicación sencil<strong>la</strong> <strong>de</strong> su po<strong>de</strong>r: “Sentí cada pa<strong>la</strong>bra que pronuncié esta mañana. Lo que sale <strong>de</strong>l<br />

corazón, generalmente llega al corazón.” (**).<br />

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