la buena predicación gleen conjurske - Centro de Avivamiento ...
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(*) “An Earnest Ministry the Want of the Times”, por John Angell James; Nueva York: M.W. Dodd, 1849,<br />
Pag. 170<br />
(**) “The Soul-Winner”, Pags. 74-75<br />
misericordia (Ez. 22:30-31). El po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Espíritu Santo no es sustituto para un hombre santo, ferviente e<br />
intenso. Llega sobre el hombre, lo unge, lo llena, no para poner a un <strong>la</strong>do el po<strong>de</strong>r y <strong>la</strong>s faculta<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l<br />
hombre, sino para usar<strong>la</strong>s.<br />
Solemnidad. Solemnidad o seriedad, va re<strong>la</strong>cionada muy <strong>de</strong> cerca con <strong>la</strong> intensidad. Pue<strong>de</strong> ser que <strong>la</strong><br />
solemnidad sea so<strong>la</strong>mente una forma particu<strong>la</strong>r <strong>de</strong> <strong>la</strong> intensidad. No trataré <strong>de</strong> <strong>de</strong>terminar eso. Creo que es<br />
bastante diferente, y bastante importante como para recibir un trato por separado. Los temas que ocupan a<br />
un predicador <strong>de</strong> <strong>la</strong> Pa<strong>la</strong>bra <strong>de</strong> Dios son tales que <strong>de</strong>ben inspirarlo a <strong>la</strong> más profunda solemnidad. ¡Dios!<br />
¡Inmortalidad! ¡Pecado! ¡Santidad! ¡Juicio! ¡Eternidad! Seguramente no hay lugar para trivialidad aquí, y<br />
es muy vergonzoso – excesivamente vergonzoso – que hayan tantos chistes y risas en el púlpito en estos<br />
días.<br />
No habrá risas cuando un predicador bromista se pare <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> Dios a darle cuentas <strong>de</strong> todas sus pa<strong>la</strong>bras<br />
vanas y <strong>de</strong> <strong>la</strong>s oportunida<strong>de</strong>s solemnes – en congregaciones con pecadores perdidos frente a ellos – que así<br />
malgastaron. No excluimos <strong>la</strong> risa <strong>de</strong>l todo, ni en el púlpito ni en <strong>la</strong> vida misma. “…tiempo <strong>de</strong> llorar y<br />
tiempo <strong>de</strong> reír…” (Eclesiastés 3:4). Sin embargo, en este mundo <strong>de</strong> pecado y tristezas, llorar siempre<br />
tomará <strong>la</strong> <strong>de</strong><strong>la</strong>ntera en aquellos que caminan con Dios. Leemos, “Bienaventurados los que lloran” – pero<br />
nunca “Bienaventurados los que ríen” Aún más, se nos dice, “…¡Ay <strong>de</strong> vosotros, los que ahora reís! Porque<br />
<strong>la</strong>mentaréis y lloraréis” (Lucas 6:25). Frecuentemente leemos que Cristo y Sus apóstoles lloraron – nunca<br />
que rieron. Ciertamente su <strong>predicación</strong> no estaba llena <strong>de</strong> bromas tontas que en <strong>la</strong> actualidad son tan<br />
comunes en el púlpito. Estas no son ni para gloria <strong>de</strong> Dios, ni para bien <strong>de</strong> <strong>la</strong>s almas.<br />
Bueno, pero el que no haya bromas y risas en <strong>la</strong> <strong>predicación</strong> <strong>de</strong>l hombre, no es señal <strong>de</strong> que sea solemne.<br />
La solemnidad <strong>de</strong>scansa sobre el espíritu <strong>de</strong>l hombre que está <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> <strong>la</strong> presencia <strong>de</strong> <strong>la</strong> eternidad, y<br />
siente intensamente su terrible realidad. C. H. Spurgeon dice, “Algo <strong>de</strong> <strong>la</strong> sombra <strong>de</strong>l tremendo último día<br />
<strong>de</strong>be caer sobre nuestro espíritu y dar el acento <strong>de</strong> convicción a nuestro mensaje <strong>de</strong> misericordia, o<br />
per<strong>de</strong>remos el verda<strong>de</strong>ro po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> <strong>la</strong> intercesión”<br />
“Aquel que interce<strong>de</strong> ante Cristo <strong>de</strong>berá ser movido con <strong>la</strong> perspectiva <strong>de</strong>l día <strong>de</strong>l juicio. Cuando yo llego a<br />
aquel<strong>la</strong> puerta <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l púlpito, y <strong>la</strong> multitud estal<strong>la</strong> frente a mí, frecuentemente me siento consternado.<br />
Pensar en esas miles <strong>de</strong> almas inmortales fijando <strong>la</strong> mirada a través <strong>de</strong> <strong>la</strong>s ventanas <strong>de</strong> esos ojos<br />
me<strong>la</strong>ncólicos, y yo <strong>de</strong>bo predicarles a todos, y ser responsable <strong>de</strong> su sangre si no soy fiel a ellos. Les digo,<br />
me hace sentir listo para <strong>de</strong>volverme (*).<br />
Esto, mis amados, es <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se <strong>de</strong> solemnidad <strong>de</strong> <strong>la</strong> que estamos hab<strong>la</strong>ndo. Un hombre que siente <strong>de</strong> ese<br />
modo, naturalmente comunica ese sentimiento a sus oyentes. Así, leemos <strong>de</strong> John Wesley, “¡El señor<br />
Wesley predicó en <strong>la</strong> iglesia a una numerosa congregacion, ¡serio como una tumba!, mientras pasaba<br />
cincuenta y ocho minutos tratando <strong>de</strong> imponer ese tremendo pasaje <strong>de</strong> <strong>la</strong> segunda lección sobre Lázaro y el<br />
hombre rico. Difícilmente podía abandonar<br />
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(*) ibid., Pag. 183<br />
<strong>la</strong> oración en su sermón. ¡Ay cuánto lo afectaba!” (*).<br />
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