JORGE LUIS BORGES & ADOLFO BIOY CASARES - Lengua ...
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pradera de perennes asfodelos<br />
donde la sombra del aquero sigue<br />
la sombra de la corza, eternamente;<br />
ni la loba de fuego que en el ínfimo<br />
piso de los infiernos musulmanes<br />
es anterior a Adán y a los castigos;<br />
ni violentos metales, ni siquiera<br />
la visible tiniebla de Juan Milton.<br />
No oprimirá un odiado laberinto<br />
de triple hierro y fuego doloroso<br />
las atónitas almas de los réprobos.<br />
Tampoco el fondo de los años guarda<br />
un remoto jardín. Dios no requiere<br />
para alegrar los méritos del justo,<br />
orbes de luz, concéntricas teorías<br />
de tronos, potestades, querubines,<br />
ni el espejo ilusorio de la música<br />
ni las profundidades de la rosa<br />
ni el esplendor aciago de uno solo<br />
de sus tigres, ni la delicadeza<br />
de un ocaso amarillo en el desierto<br />
ni el antiguo, natal sabor del agua.<br />
En su misericordia no hay jardines<br />
ni luz de una esperanza o de un recuerdo.<br />
En el cristal de un sueño he vislumbrado<br />
el Cielo y el Infierno prometidos:<br />
cuando el juicio retumbe en las trompetas<br />
últimas y el planeta milenario<br />
sea obliterado y bruscamente cesen<br />
¡oh Tiempo! tus efímeras pirámides<br />
los colores y líneas del pasado<br />
definirán en la tiniebla un rostro<br />
durmiente, inmóvil, fiel, inalterable<br />
(tal vez el de la amada, quizá el tuyo)<br />
y la contemplación de ese inmediato<br />
rostro incesante, intacto, incorruptible,<br />
será para los réprobos, Infierno;<br />
para los elegidos, Paraíso.<br />
Jorge Luis Borges, Poemas (1954).<br />
EXTENSIONES<br />
¿No nos permitirá la simple fe entrar un día en el Paraíso? ¿Pero de dónde llegan las flores, las mariposas y<br />
los pájaros que hay en el jardín? Yo creo que del mismo lugar de donde llegan los hombres. La muerte no<br />
sólo eleva al hombre a un plano superior: eleva también a toda la interdependiente cadena de seres vivos.<br />
Me parece una absurda interpretación de la doctrina de la inmortalidad aquella que la restringe al hombre o,<br />
aun, a ciertos hombres intelectual o moralmente desarrollados. En esta cuestión los pueblos más primitivos<br />
dan la mejor respuesta. El habitante de Laponia sabe que hallará a su reno en el otro mundo, y el samoyedo<br />
a su perro.<br />
Gustav Theodor Fechner, Zend Avesta (1851).<br />
UN CIELO INDULGENTE<br />
Me duele, querido lector, separarme de ti. El autor acaba por acostumbrarse a su público, como si éste fuera<br />
un ser razonable. A ti también parece entristecerte que yo deba decirte adiós; estás agitado, querido lector, y