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JORGE LUIS BORGES & ADOLFO BIOY CASARES - Lengua ...

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A izquierda y a derecha del pórtico de los templos budistas están las gigantescas efigies de los cuatro<br />

Diamantinos Reyes del Cielo. El mayor blande una espada mágica, Nube Azul, en cuya hoja están grabados<br />

los signos de los cuatro elementos, Tierra, Agua, Fuego, Viento. Desenvainar esta arma es engendrar un<br />

viento negro, que aniquila los cuerpos de los hombres y los convierte en polvo. El segundo carga una<br />

sombrilla, llamada Sombrilla del Caos, implemento mágico que, al ser abierto, entenebrece el mundo, y al<br />

ser invertido, trae tempestades, truenos y terremotos. El tercero pulsa una guitarra de cuatro cuerdas;<br />

cuando el Dios la toca, el mundo entero se detiene para escuchar y arden los campamentos del enemigo. El<br />

cuarto maneja dos látigos y posee una maleta de piel de pantera, donde vive una suerte de rata blanca, cuyo<br />

nombre más auténtico es Hua-hu Tiao; cuando la sueltan, este animal asume la forma de un elefante de alas<br />

blancas, que se alimenta de hombres.<br />

F. T. C. Werner, Myths and Legends of China (Londres, 1922).<br />

SE DABA SU LUGAR<br />

Andrea, la sirvienta, está preocupada.<br />

-En el Socorro -explicó- el Padre nos dijo que hay otra vida. Si uno supiera, señora, que le va a tocar una<br />

casa buena, como ésta, en que la tratan a una con consideración, no me importaría, pero francamente<br />

trabajar allá con desconocidos, con déspotas que abusan del pobre...<br />

Rita Acevedo de Zaldumbide, Minucias porteñas del otro siglo (1907).<br />

FACSIMILES<br />

La soberbia humana no tiene límites: nuestra pluma se rehusa a escribir ciertas impiedades. ¡Hubo<br />

temerarios que remedaron, siquiera de un modo imperfecto, esas admirables fundaciones de la Justicia, que<br />

son el Infierno y el Cielo!<br />

De tan descaminadas tentativas, la más moderna corresponde al siglo XI. El heresiarca persa Hassan ibn<br />

Sabbah erigió en la cumbre de una montaña un paraíso artificial, dotado de quioscos, de músicos ocultos, de<br />

divanes y de doncellas; lo surcaban riachos de miel, de leche y vino. Oportunas dosis de hachís adormecían<br />

a los sectarios que, sin entender cómo, se encontraban de pronto en el paraíso o fuera de él. Estas falsas<br />

visiones de un mundo sobrenatural estimulaban y afianzaban su fe. Tal es el origen auténtico de la<br />

considerable secta de los Asesinos, cuyo nombre deriva del hachís; el curioso lector consultará el capítulo<br />

XXII del libro primero de Marco Polo, titulado: Del Viejo de la Montaña. De su palacio y jardines. De su<br />

captura y muerte.<br />

¡Inescrutable azar de la Providencia! Un déspota maquinó un paraíso; un soberano, sabio y santo, cayó en<br />

la inversa tentación de urdir un infierno. Tres siglos antes de la era cristiana, Asoca, emperador de la India,<br />

ordenó a sus arquitectos y albañiles, la erección de un infierno terrenal, rico en montañas de cuchillos y<br />

piletas de aceite hirviendo. Un monje budista, que recorría la comarca, fue el penúltimo de sus huéspedes;<br />

los alguaciles lo arrojaron a una de las terribles piletas, cuyo aceite, al contacto del cuerpo venerable, se<br />

convirtió en agua tibia, florecida de lotos. Asoca no desoyó esta advertencia y ordenó la demolición del<br />

recinto, no sin antes agotar las torturas en la persona del administrador. El peregrino budista Sung Yun ha<br />

referido el caso.<br />

P. Zaleski, Mémoires d'un bouquiniste de la Seine.<br />

DEL VIAJERO QUERUBINICO<br />

El viaje no es tan largo, cristiano; a menos de un paso está el Paraíso.<br />

Aunque un réprobo alcanzara el cielo más alto, el dolor del Infierno seguiría atormentándolo.<br />

No me dolería el Infierno, aunque yo siempre estuviera ahí; si el fuego del Infierno te quema, tuya es la<br />

culpa.<br />

Con un solo beso, la novia se hace más merecedora del Paraíso, que todos los mercenarios que trabajan<br />

hasta la muerte.<br />

Hombre, deja de ser hombre si quieres llegar al Paraíso; Dios sólo recibe a otros dioses.<br />

Hombre, si no contienes el Paraíso, nunca entrarás en él.<br />

Ya basta amigo. Si quieres seguir leyendo, transfórmate tú mismo en el libro y en la doctrina.<br />

Angelus Silesius (1624-1677).

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