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JORGE LUIS BORGES & ADOLFO BIOY CASARES - Lengua ...

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preciosas lágrimas corren por tus mejillas. Pero tranquilízate, volveremos a vernos en un mundo mejor,<br />

donde también pienso dedicarte libros mejores. Doy por sentado que ahí se repondrá mi salud, y que no me<br />

ha mentido Swedenborg. Este refiere que en el otro mundo proseguiremos tranquilamente nuestros<br />

quehaceres terrenales, que ahí conservaremos nuestra individualidad y que la muerte no produce ningún<br />

trastorno apreciable en nuestra evolución orgánica. Swedenborg es incapaz de mentir y son del todo<br />

fidedignos sus informes del otro mundo, donde él vio las personas que han jugado un papel en nuestra<br />

tierra. Casi todos, dice él, siguen invariables y se ocupan de los mismos asuntos que antes los ocuparon:<br />

quedan estacionarios, anticuados, un poco rococó, lo que puede resultar algo ridículo. Así, por ejemplo,<br />

nuestro querido doctor Martín Lutero se quedó detenido en su doctrina de la Gracia, sobre la cual hace<br />

trescientos años que diariamente escribe los mismos argumentos mohosos -igual que el difunto barón<br />

Ecksteien, que durante veinte años publicó diariamente en la Allgemeine Zeitung el mismo artículo contra los<br />

jesuítas. Pero no todas las personas vistas por Swedenborg persistían rígidas como fósiles; muchas habían<br />

empeorado o mejorado... La casta Susana, que antes resistió con tanta gloria a los ancianos, fue seducida<br />

por el joven Absalón, hijo de David. En cambio las hijas de Lot se habían reformado; en el otro mundo eran<br />

ejemplos de decencia.<br />

Por absurdas que parezcan estas noticias son tan importantes como agudas. El gran vidente escandinavo<br />

comprendió la unidad y la inseparabilidad de nuestra existencia y reconoció con toda razón los derechos de<br />

la invariable individualidad del hombre. La perduración después de la muerte no es para él un carnaval,<br />

donde el hombre y el vestuario siguen invariables en él. En el otro mundo de Swedenborg se sentirán<br />

cómodos los pobres esquimales, que preguntaron a los misioneros daneses que querían convertirlos, si en<br />

el cielo cristiano había focas. Cuando les respondieron que no, confesaron tristísimos que aquel cielo no<br />

servía para esquimales, que no pueden vivir sin focas.<br />

¡Cómo se estremece nuestra alma al pensar en la aniquilación eterna, en la cesación de nuestra<br />

personalidad! El horror al vacío, que se atribuye a la naturaleza, es innato en el sentimiento del hombre.<br />

Consuélate, querido lector, hay una perduración después de la muerte, y en el otro mundo volveremos a<br />

encontrar nuestras focas.<br />

Y ahora, adiós, y si algo te debo, mándame la cuenta.<br />

Escrito en París, el 30 de setiembre de 1851.<br />

Heinrich Heine.<br />

DEL CIELO MUSULMAN<br />

No es asombroso que la superstición obre tan poderosamente sobre los terrores de sus adeptos, ya que la<br />

imaginación humana puede representar con más energía las penas que las felicidades de una vida futura.<br />

Con los dos simples elementos de oscuridad y fuego creamos una sensación de dolor, que puede<br />

ahondarse en un grado infinito por la idea de una duración sin fin. Pero la misma idea, sobre la continuidad<br />

del placer obra con un efecto opuesto; gran parte de nuestros actuales deleites los obtenemos por el alivio, o<br />

la comprensión, del mal. Es bastante comprensible que un profeta árabe insista arrebatadamente sobre las<br />

enramadas, las fuentes y los ríos del paraíso; pero en vez de infundir en los bienaventurados habitantes una<br />

desinteresada afición por la armonía y la ciencia, el diálogo y la amistad, ociosamente celebra las perlas y<br />

los diamantes, los atavíos de seda, los palacios de mármol, las bandejas de oro, los ricos vinos, las<br />

artificiales golosinas, la servidumbre numerosa y todo el séquito del sensual y costoso lujo, que se torna<br />

insípido a quien lo posee, aun en el corto período de esta vida mortal. Setenta y dos houris, o muchachas de<br />

ojos negros, de luminosa hermosura, floreciente juventud, virginal pureza y exquisita sensibilidad, serán<br />

creadas para el uso del más mezquino de los creyentes; un momento de placer será extendido a mil años, y<br />

las facultades del hombre serán aumentadas doscientas veces, para que sea digno de su felicidad. No<br />

obstante un vulgar prejuicio, las puertas del cielo se abrirán a los dos sexos; pero Mahoma no ha<br />

especificado cuáles serán los compañeros masculinos de las mujeres elegidas, para no despertar los celos<br />

de sus antiguos maridos, o perturbar su felicidad con la sospecha de un matrimonio infinito. Esta imagen de<br />

un paraíso carnal ha provocado la indignación, tal vez la envidia, de los monjes: declaman contra la impura<br />

religión de Mahoma; y sus modestos apologistas caen en la pobre excusa de emblemas y alegorías. Pero el<br />

grupo más sólido y más consistente prefiere, sin avergonzarse, la interpretación literal del Corán: sería inútil<br />

la resurrección del cuerpo si no se lo restituyera a la posesión y ejercicio de sus más valiosas facultades; y la<br />

unión de los deleites sensuales e intelectuales es indispensable para completar la felicidad de ese animal<br />

doble, el hombre perfecto. Sin embargo, los placeres del paraíso musulmán no han de quedar confinados a<br />

la gratificación de los apetitos y el lujo y el profeta ha declarado expresamente que las más humildes

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