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Jesus el Hijo del Hombre.pdf

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Isra<strong>el</strong> necesita un dios de quien la envidia no haya conocido ningún camino a su corazón, y en cuyo<br />

recuerdo no se hayan registrado las faltas y las culpas de su pueblo. Un dios que no se vengue de su pueblo<br />

castigando a los hijos por culpas de los padres hasta la tercera y cuarta generación.<br />

El hombre de Siria es igual que su hermano de cualquier lugar. Se mira en <strong>el</strong> espejo de sus conocimientos<br />

y allí encuentra a su dios. Crea los dioses a su imagen y semejanza, y adora lo que sobre su faz refleja la<br />

imagen. Pero <strong>el</strong> ser humano, en verdad, ora a sus ansias lejanas para que se despierten y se cumplan todos<br />

sus deseos. En <strong>el</strong> cosmos no hay cosa más profunda que <strong>el</strong> alma d<strong>el</strong> hombre. El alma es la hondura que se<br />

busca a sí misma, porque en <strong>el</strong>la no hay otra voz que hable ni otros oídos que oigan.<br />

Nosotros mismos, en Persia observamos nuestras caras en <strong>el</strong> disco d<strong>el</strong> sol y vemos nuestros cuerpos<br />

danzando en <strong>el</strong> fuego que encendemos en nuestros altares. Es por esa razón que <strong>el</strong> Dios de Jesús, que él<br />

llamó Padre, no será extraño en medio d<strong>el</strong> pueblo de este Maestro. Por <strong>el</strong>lo creo que satisfará sus anh<strong>el</strong>os.<br />

Las divinidades de Egipto han arrojado las piedras que llevaban a cuestas y huyeron al desierto de Nubia,<br />

para vivir libres entre los que aún viven libres de conocimientos.<br />

El Sol de los Dioses de Grecia y Roma marcha hacia su crepúsculo. Ellos eran muy parecidos a los<br />

hombres en cuyos pensamientos y meditaciones no pudieron vivir. Y <strong>el</strong> bosque<br />

a cuya sombra ha nacido su magia, lo talaron las hachas de los atenienses y alejandrinos.<br />

También en esta tierra vemos que los de altos sitiales bajan de sus <strong>el</strong>evados rangos para confundirse con<br />

la humildad y la modestia de los legisladores de Beirut y los ermitaños de Antioquía. Tú no ves más que los<br />

ancianos y mujeres decrépitas ir caminando a los templos de sus padres y abu<strong>el</strong>os; sólo buscan <strong>el</strong> comienzo<br />

d<strong>el</strong> sendero aqu<strong>el</strong>los que se extraviaron en su final.<br />

Pero este hombre Jesús, este prodigioso nazareno, ha hablado de un dios que cabe en todas las almas<br />

y cuya sabiduría se <strong>el</strong>evó hasta escapar a todo castigo, y cuyo amor se sublimó tanto que rehuye<br />

nombrar los pecados de sus criaturas.<br />

Y <strong>el</strong> dios de ese nazareno pasará por <strong>el</strong> umbral de todos los hijos de la tierra y se sentará a su lado,<br />

cerca d<strong>el</strong> hogar, y será una bendición dentro de sus casas y luz en sus caminos.<br />

Mas yo tengo un dios que es <strong>el</strong> dios de Zoroastro. Un dios que es sol en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o, fuego sobre la<br />

tierra y luz en <strong>el</strong> regazo d<strong>el</strong> hombre. Me conformo con él, y fuera de él no necesito otra deidad.<br />

DAVID, CORRELIGIONARIO DE JESÚS<br />

Jesús práctico<br />

No llegué a comprender <strong>el</strong> sentido de sus sermones hasta después de habernos dejado. No entendí<br />

nada de sus parábolas hasta que <strong>el</strong>las cobraron forma ante mis ojos, naciendo, por reacción propia, en<br />

cuerpos que ahora escoltan las legiones de mis días.<br />

He aquí lo que me ha sucedido: una noche estaba sentado en mi casa, pensando y recordando en<br />

éxtasis sus palabras y actos para registrarlos en <strong>el</strong> Libro de mi vida, cuando en ese instante entraron<br />

tres ladrones. No obstante percibir su presencia no pude levantarme e ir a su encuentro esgrimiendo la<br />

espada, ni preguntarles: "¿qué hacéis aquí?", porque estaba invadido por la Fe y por <strong>el</strong> Espíritu, que se<br />

mantenían hondamente en mi meditación.<br />

Continué escribiendo mis memorias sobre <strong>el</strong> Maestro, y cuando los ladrones se hubieron retirado,<br />

recordé sus palabras: "A quien te pidiere tu capa, dale tu vestidura también". Y las entendí...<br />

Cuando estaba registrando sus ejemplos y sus parábolas, no había en la tierra una persona capaz de<br />

interrumpir mi labor, aún a costa de perder todos mis bienes, porque no obstante <strong>el</strong> interés natural que<br />

tengo en protegerlos y defenderme, sabía en qué lugar se hallaba aqu<strong>el</strong> otro Gran Tesoro.<br />

LUCAS<br />

Los hipócritas<br />

Despreció Jesús a todos los hipócritas y los recriminó duramente. Su ira contra <strong>el</strong>los caía cual rayo<br />

fulminante. En sus oídos, la voz de Él era como un trueno cuyo estampido hacía temblar los<br />

corazones. Pidieron su muerte por <strong>el</strong> miedo espantoso que le tenían. Eran como topos; trabajaban en<br />

sus oscuras cuevas conspirando contra su vida, pero Él jamás se dejó caer en sus trampas y ardides; se<br />

compadecía de su ignorancia, por cuanto sabía que no podían burlarse d<strong>el</strong> Espíritu ni encaminarse al<br />

abismo.

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