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Jesús no era ni un sueño ni un pensamiento concebido por la fantasía de los poetas, sino un ser<br />
humano como tú y yo, en oído, en vista y en tacto; en lo demás era diferente a todos nosotros. De<br />
genio alegre, a través de la alegría conoció la tristeza de los hombres, y desde la más alta cima de su<br />
aflicción divisó la alegría de los hombres.<br />
Las visiones que tuvo no las distinguimos nosotros; las voces que oyó no las oímos nosotros. Con<br />
frecuencia hablaba dirigiéndose a las multitudes invisibles, y muchas veces hablaba por intermedio<br />
nuestro, con gente no conocida todavía.<br />
Las más de las veces se hallaba solo, mas cuando se encontraba con nosotros se sentía como extraño<br />
en nuestra compañía. Se hallaba en la tierra, pero Él era d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o. Y nosotros no podemos ver la tierra<br />
de su soledad más que en nuestra soledad.<br />
Nos amó con cariño y bondad. Su alma era una fuente al alcance de nosotros para llegar hasta Él y<br />
llenar nuestras copas y beber hasta colmarnos. Una sola cosa no podía comprender en Jesús: <strong>el</strong> uso<br />
frecuente de la chanza con sus oyentes; les r<strong>el</strong>ataba un cuento gracioso y hacía juego de palabras para<br />
luego reírse en lo más hondo de su corazón, y hasta en las horas más tristes, cuando <strong>el</strong> dolor se<br />
mostraba en sus ojos y se mezclaba en las vibraciones de su voz. Todo esto no lo concebía en aqu<strong>el</strong>lo s<br />
tiempos, y hoy bien lo comprendo.<br />
Muchas veces, cuando pienso en la Tierra, se me parece una virgen grávida y primeriza, que tuvo en<br />
Jesús su primogénito, y cuando éste murió fue <strong>el</strong> primer hombre que moría. ¿No te parecía que la<br />
tierra estaba serena aqu<strong>el</strong>la semana sombría y que los ci<strong>el</strong>os estaban en guerra contra los ci<strong>el</strong>os<br />
mismos? Más aún: ¿No te has sentido, al desaparecer su rostro de nuestros ojos, que sólo éramos unos<br />
recuerdos errantes en la neblina?<br />
CLEOBA AL-BATRUNI<br />
La Ley y los Profetas<br />
Cuando Jesús habló se acalló <strong>el</strong> universo para oírlo. Sus palabras no eran para nuestra pobre<br />
int<strong>el</strong>igencia, sino para los <strong>el</strong>ementos y sedimentos con que Dios creó la Tierra. Habló<br />
con la mar, esa madre de pecho inmenso que nos dio la luz; habló con la montaña, nuestra hermana<br />
mayor, cuya cima es una promesa y una esperanza; habló con los áng<strong>el</strong>es que habitan detrás de la mar<br />
y la montaña, a quienes hemos confiado nuestros sueños antes de secarse <strong>el</strong> lodo que hay en nosotros,<br />
por los rayos d<strong>el</strong> sol.<br />
Sus palabras aún están reunidas en nuestra memoria, abriendo caminos a nuestros ideales. Esas<br />
palabras fueron sencillas, alegres y placenteras. La m<strong>el</strong>odía de su voz resonaba como <strong>el</strong> agua serena<br />
sobre la tierra seca. Una vez alzó sus manos al ci<strong>el</strong>o; sus dedos parecieron como ramas de sicómoro, y<br />
dijo con fuerte voz:<br />
-Os hablaron muchos profetas de la antigüedad, cuyas palabras todavía pueblan vuestros oídos, mas<br />
yo digo que os vaciaréis de todo lo que habéis escuchado.<br />
Esa frase de Jesús: "mas yo os digo", no la pronunció ningún hombre de los nuestros ni de ningún<br />
otro pueblo d<strong>el</strong> mundo. Una legión de serafines la transportó al pasar por <strong>el</strong> firmamento de Judea.<br />
Tomaba los preceptos de la ley y de los profetas, una y más veces, y después agregaba: "mas yo os<br />
digo".<br />
Palabras ardientes, palabras que son como olas d<strong>el</strong> mar y que no pudieron conocer las costas de<br />
nuestros pensamientos: "mas yo os digo".<br />
Esas palabras son astros luminosos que iluminan la pobreza d<strong>el</strong> alma, y, ¡cuántas almas v<strong>el</strong>an<br />
esperando la luz de ese amanecer!<br />
Quien pretenda comentar los sermones de Jesús, debe poseer su Verbo o <strong>el</strong> eco de su Verbo, mas yo<br />
no tengo, desgraciadamente, lo uno ni lo otro, por eso os pido perdón si no comienzo con algún r<strong>el</strong>ato<br />
que no sabría terminar, por cuanto <strong>el</strong> final no está en mis labios; mis palabras son una canción de amor<br />
que está en la brisa.<br />
NAAMAN AL-GADARINI<br />
La muerte de Esteban