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ien cómo una vez alzó su brazo hacia <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o; parecían sus dedos ramas de fresno. Recuerdo bien<br />
cuando medía <strong>el</strong> agua con sus pasos; no parecía que caminaba. Era Él mismo un sendero sobre otro<br />
sendero d<strong>el</strong> mismo modo que la nube que flota sobre la tierra y baja sobre <strong>el</strong>la para animarla e<br />
infundirle vida. Pero cuando llegué hasta Él, era un hombre cuyo enérgico semblante despedía<br />
confianza y fortalecía los ojos que lo contemplaban. Al verme, me preguntó:<br />
-¿Qué quieres, María?<br />
No le respondí. Mis alas se plegaron sobre mis secretos, y por mi cuerpo corrió calor; y como no<br />
podía soportar su Luz, lo dejé y proseguí mi ruta. En ese momento sentí huir de mí toda impudicia y<br />
quedarme sólo mi pudor, y las ansias de hallarme a solas para que sus dedos tañeran las cuerdas de mi<br />
corazón.<br />
DE JOZAM EL NAZARENO A UN ROMANO<br />
La vida y <strong>el</strong> espacio<br />
Amigo mío, tú eres como todos los romanos; quieres imaginar la vida más que vivirla, y <strong>el</strong>iges<br />
gobernar la tierra antes de ser gobernado por <strong>el</strong> Espíritu. Prefieres conquistar los pueblos y ganarte las<br />
maldiciones de sus hijos, que quedar en Roma y vivir f<strong>el</strong>iz y bendecido.<br />
Tú que no piensas más que en los ejércitos conquistadores y en naves que cruzan los mares, ¿cómo<br />
puedes entonces entender a Jesús de Nazareth, <strong>el</strong> <strong>Hombre</strong> modesto, <strong>el</strong> <strong>Hombre</strong> humilde y solitario;<br />
aqu<strong>el</strong> que vino, no con ejércitos ni con centurias, a construir un reino en cada corazón y un imperio en<br />
<strong>el</strong> espacio libre de cada corazón?<br />
¿Cómo puedes comprender a ese <strong>Hombre</strong>, que no era guerrero, pero vino armado con la fuerza d<strong>el</strong><br />
Ci<strong>el</strong>o? No era una deidad sino un hombre como tú y yo, pero en Él se fusionó la mirra de la Tierra con<br />
la resina d<strong>el</strong> Ci<strong>el</strong>o, y en sus palabras se entremezclaron nuestros tartamudeos con <strong>el</strong> susurro de lo<br />
invisible, y en sus cánticos oímos una voz inconmensurable.<br />
Sí; Jesús era un <strong>Hombre</strong>, no un dios, y en <strong>el</strong>lo está nuestro asombro y admiración.<br />
Mas, vosotros los romanos os maravilláis sólo ante los dioses, y ningún hombre os causa<br />
admiración; por eso no podéis entender al Nazareno. Jesús se adueñó de la juventud d<strong>el</strong> Pensamiento,<br />
y vosotros sólo poseéis la vejez d<strong>el</strong> Pensamiento. Hoy nos gobernáis, pero esperemos un día más...<br />
¡Quién sabe si este <strong>Hombre</strong> que no dirige ejércitos ni comanda centurias no gobierne <strong>el</strong> mundo<br />
mañana.<br />
Nosotros, los que seguimos al Espíritu, surcaremos con nuestro sudor, y con gotas de sangre, la<br />
Tierra entera, en nuestros viajes en pos de Él. Roma se arrastrará en <strong>el</strong> su<strong>el</strong>o como los huesos de un<br />
esqu<strong>el</strong>eto. Sufriremos mucho, mas nos armaremos de paciencia y triunfaremos, y Roma será vencida.<br />
Sin embargo, si Roma, en su caída y humillación, pronuncia su nombre, Él soplará en sus huesos<br />
nueva vida, a fin que vu<strong>el</strong>va a levantarse y ser ciudad viva entre las ciudades. Todo esto lo hará mi<br />
compatriota Jesús, sin necesitar ejércitos ni esclavos que remen en sus galeras, porque estará solo.<br />
EFRAÍM DE JERICÓ<br />
El banquete de la segunda boda<br />
Cuando llegó por segunda vez a Jericó, fui a saludarlo y decirle:<br />
-Maestro, mi hijo tomará esposa mañana; te pido nos honres con tu presencia en <strong>el</strong> banquete, como<br />
la vez que honraste la boda de Caná de Galilea.<br />
Y me respondió:<br />
-Es verdad que estuve presente una vez en una boda, mas no asistiré a otra, y menos hoy que mi<br />
alma está de novia.<br />
Insistí:<br />
-Te ruego, Maestro, que asistas a la boda de mi hijo. Sonrió, como si en su sonrisa hubiera un<br />
reproche e inquirió<br />
-¿Por qué me suplicas? ¿No tendrás suficiente vino?<br />
-Los cántaros y los jarrones están llenos, Maestro, mas, deseo que asistas a la boda de mi hijo.<br />
-Quién sabe... Tal vez vaya... Sí, asistiré si tu corazón fuera un altar en su templo.