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Jesús habló de las pequeñas ramas d<strong>el</strong> bosque, de las flores de los frutos y de las semillas que<br />
llevarán sus ramas en una estación que aún no ha venido. Habló de los pájaros que vu<strong>el</strong>an y cantan en<br />
<strong>el</strong> espacio infinito y de los gamos blancos que <strong>el</strong> ojo d<strong>el</strong> Todopoderoso cuida en <strong>el</strong> llano.<br />
Se alegró Pan con los diálogos d<strong>el</strong> nuevo dios, llenándose de placer sus narices. En <strong>el</strong> mismo sueño<br />
vi que <strong>el</strong> sueño reinaba sobre Pan y Jesús, y que estaban sentados a la sombra de los árboles, luego,<br />
tomó Pan su caramillo y tocó; su música produjo un movimiento de sacudidas en los árboles; tiritó <strong>el</strong><br />
follaje y se estremeció <strong>el</strong> h<strong>el</strong>echo, lo cual me causó temor y pánico. Jesús le dijo:<br />
-Buen hermano, has reunido en tu caramillo los senderos de los bosques y las cumbres de las<br />
montañas.<br />
Pan, alcanzándole <strong>el</strong> caramillo a Jesús; le dijo:<br />
-Toca tú ahora. Ya es tu turno.<br />
-Es grande en mi boca esta caña; déjame que toque en la mía.<br />
Y Jesús comenzó a tocar; entonces oí la m<strong>el</strong>odía de la lluvia sobre las hojas, <strong>el</strong> murmullo de los<br />
arroyos entre las colinas y la suave caída de la nieve sobre la cima de los cerros. Y los latidos de mi<br />
corazón, que había tomado d<strong>el</strong> viento, volvieron al viento. Toda la marea de mi pasado volvió a mi<br />
ribera, y fui otra vez Sarquís <strong>el</strong> pastor. Y <strong>el</strong> caramillo de Jesús se convirtió en mil naies de mil<br />
pastores que conducen innumerables rebaños.<br />
-Tú estás más cerca de la música -dijo Pan- por tu juventud, que yo por mi vejez. Antes de hoy he<br />
oído en mi paz tu música y tu nombre. Tu voz. y tu nombre son sacros y dulces; <strong>el</strong>los se <strong>el</strong>evarán<br />
fuertemente con la savia a las ramas y correrán entre montes y quebradas. Tu nombre no es<br />
desconocido para mí, no obstante no habérs<strong>el</strong>o oído a mi padre; bastó que tocaras tu caramillo para<br />
recordarte. Ahora vamos a tocar al unísono.<br />
Y los dos tocaron al mismo tiempo. Su música golpeó <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o y la tierra y un terror invadió a todos<br />
los vivos. Oí <strong>el</strong> rugido de, los animales y la angustia d<strong>el</strong> bosque; <strong>el</strong> lamento de los solitarios y la queja<br />
de los que anh<strong>el</strong>an lo desconocido. Oí los suspiros de la donc<strong>el</strong>la por su amado, y <strong>el</strong> jadeo d<strong>el</strong> cazador<br />
tras su presa. Luego volvió la paz a la música de ambos. Y se emocionó alegremente la tierra y<br />
juntamente con <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o entonaron una canción.<br />
Todo eso he visto y escuchado en mi sueño.<br />
ANÁS<br />
Jesús era un plebeyo<br />
Pertenecía a la clase baja; un ladrón, un mistificador; un aventurero y vanidoso, que sólo tocaba su<br />
clarín para sí. Nadie lo tuvo en cuenta, más que los herejes y los mis erables, y por eso su camino era <strong>el</strong><br />
de la gente viciosa, malvada, deshonesta y sucia.<br />
Se burló de nosotros y de nuestras leyes; se mofó de nuestro honor y de nuestra dignidad. Era tanta<br />
su locura que osó manifestar ante la muchedumbre que derribaría <strong>el</strong> Templo y profanaría los Santos<br />
Lugares.<br />
Era muy casto y altivo, y por <strong>el</strong>lo lo condenamos a muerte humillante y vergonzosa. Venía de<br />
Galilea, que es su<strong>el</strong>o de todos los pueblos; un forastero d<strong>el</strong> Norte, donde Adonis y Astarté siguen<br />
disputando a Isra<strong>el</strong> y a su dios su dominio sobre su pueblo. Aqu<strong>el</strong>, cuya lengua farfullaba las parábolas<br />
de nuestros profetas, terminó alzando su voz, hablando y arengando en la lengua de los bastardos, a la<br />
canalla y la ralea que le seguía. ¿Qué otra cosa podía yo hacer que condenarlo a muerte? ¿No soy <strong>el</strong><br />
Sumo Sacerdote, guardián d<strong>el</strong> Templo y cumplidor de la Ley? ¿Podía volverle mis espaldas, diciendo<br />
tranquilamente: "Este es un loco su<strong>el</strong>to entre locos; dejadle seguir en paz su camino hasta que su<br />
locura lo consuma, por cuanto los locos e idiotas poseídos por espíritus malignos no obstruyen <strong>el</strong><br />
camino de Isra<strong>el</strong>?"<br />
¿Cómo podía yo cerrar mis oídos a sus palabras, cuando nos insultó llamándonos impostores,<br />
hipócritas, chacales, hijos de víboras? No porque era un loco debía yo hacerme <strong>el</strong> sordo a sus ultrajes.<br />
Era un pagado de sí mismo y por eso se atrevió a provocarnos y desprestigiarnos. Ordené que lo<br />
crucificaran para castigo y ejemplo de los que se hayan estigmatizado con su s<strong>el</strong>lo maldito.<br />
Sé bien que bastante gente ha reprobado mi actitud, y algunos eran d<strong>el</strong> Gran Consejo d<strong>el</strong> Sanedrín,<br />
pero comprendí en aqu<strong>el</strong> momento, y de <strong>el</strong>lo estoy seguro ahora, que un hombre solo debería morir en<br />
aras de la Nación, para evitar que fuera arrastrada al caos y a la destrucción.