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Jesus el Hijo del Hombre.pdf

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mi pasado y de todas las vacilaciones que heredé de mi abu<strong>el</strong>o. El muerto en mí ha enterrado a sus<br />

muertos, y <strong>el</strong> vivo en mí vivirá para <strong>el</strong> Ungido Rey, aqu<strong>el</strong> que han denominado El <strong>Hijo</strong> d<strong>el</strong> <strong>Hombre</strong>.<br />

Me avisaron que debo ir a predicar en su nombre entre los hijos de Persia y de la India; estoy listo<br />

para viajar, y desde hoy al fin de mi vida, tanto en la Aurora como en <strong>el</strong> crepúsculo veré a mi Señor en<br />

toda su majestad y le oiré hablar.<br />

UN ADELANTADO<br />

Jesús era uno de afuera<br />

Me solicitáis que os hable de Jesús <strong>el</strong> Nazareno; tengo mucho que deciros, pero no es tiempo aún,<br />

sin embargo. Todo cuanto os diga será la pura verdad; por cuanto toda palabra que no dice una verdad<br />

no tiene valor alguno. He aquí un desequilibrado que se reb<strong>el</strong>a contra <strong>el</strong> orden, y un pordiosero que<br />

combate contra la propiedad, y un borracho que sólo se alegra y convive con repudiados y vividores.<br />

No era hijo d<strong>el</strong> Estado ni d<strong>el</strong> Imperio, que disfrutara de un derecho o de un patrimonio a igual que<br />

los demás compatriotas útiles, por eso se mofaba d<strong>el</strong> Estado y d<strong>el</strong> imperio.<br />

Vivía libre ignorando lo que era un deber o un derecho, como las aves en <strong>el</strong> espacio; por eso los<br />

cazadores lo derribaron con sus flechas. Ningún hombre que destruya las bóvedas d<strong>el</strong> pasado se salva<br />

d<strong>el</strong> derrumbe de sus piedras, y nadie puede abrir las compuertas d<strong>el</strong> diluvio de sus padres sin que lo<br />

arrastre <strong>el</strong> aluvión. Es la ley. Y como aqu<strong>el</strong> Nazareno ha violado y roto esa ley, fue <strong>el</strong>iminado con sus<br />

adeptos.<br />

En <strong>el</strong> mundo ha habido muchos seres como él, que han querido torcer <strong>el</strong> curso de nuestra vida, y<br />

después tuvieron que cambiar de idea, porque fueron derribados. Hay al pie de los muros de la ciudad<br />

una vid que no da uva; crece y se extiende sobre las piedras d<strong>el</strong> muro; si esa vid se dijera: "Destruiré<br />

estos muros con la fuerza d<strong>el</strong> paso de mis ramas"; ¿qué dirían de. <strong>el</strong>la las otras plantas? Se mofarían<br />

de su pretensión.<br />

Por eso me veis obligado a reírme de ese hombre y de sus ilusos apóstoles.<br />

UNA DE LAS MARÍAS<br />

Su tristeza y su sonrisa<br />

Tenía siempre alta la frente. En sus ojos brillaba la luz d<strong>el</strong> Señor. Era a menudo triste, pero su<br />

tristeza era un bálsamo para las heridas de los afligidos y desconsolados. Cuando sonreía, era la suya<br />

una sonrisa de los que tienen hambre de lo oculto; una sonrisa como polvo de estr<strong>el</strong>las sobre párpados<br />

de niños; era un pedazo de pan en la boca.<br />

Era triste, pero su tristeza era de esas que hacen temblar los labios y al abrirlos se trueca en sonrisa.<br />

Era su sonrisa como su v<strong>el</strong>o dorado en <strong>el</strong> bosque a las horas otoñales, y a veces parecían rayos de luna<br />

a la orilla de un lago.<br />

Se sonreía como si sus labios quisieran cantar en <strong>el</strong> festín de una boda, y a pesar de todo Jesús era<br />

m<strong>el</strong>ancólico; tenía la tristeza de un alado que no quería volar sobre sus compañeros.<br />

ROMANUS, POETA GRIEGO<br />

Jesús <strong>el</strong> lírico<br />

Jesús era poeta. Miraba para nuestros ojos y oía para nuestros oídos. Nuestras palabras mudas<br />

estaban siempre presentes en sus labios. Sus dedos tocaban lo que no alcanzamos nosotros a sentir.<br />

De su alma volaban innumerables pájaros cantores; unos hacia <strong>el</strong> norte y otros hacia <strong>el</strong> sur. Las<br />

b<strong>el</strong>las y perfumadas flores que bordeaban y circundaban los caminos y los collados, dibujaban una<br />

línea divisoria por la cual debía dirigir sus pasos y seguir camino en <strong>el</strong> firmamento.<br />

¡Cuántas veces lo he visto inclinarse para tocar las húmedas hierbas!, escuchándolo en mi corazón<br />

dialogar así con <strong>el</strong>las: "¡Oh pequeñas y verdes hierbecillas, vosotras estaréis en mi Reino, conmigo;<br />

como la encina de Bizán y <strong>el</strong> cedro d<strong>el</strong> Líbano!"<br />

Amaba todo lo que era b<strong>el</strong>lo en este mundo: <strong>el</strong> rubor en <strong>el</strong> rostro de los niños, la mirra y la resina<br />

d<strong>el</strong> sur. Aceptaba con amor una granada o un vaso de vino que se le ofrendara con amor; y no le

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