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ser ingrato; No alivio gozarás sino tormento, Ni<br />
pisarás a Roma, pueblo grato, Ni probarás allí rico<br />
alimento Por desobedecer a mi mandato.<br />
CORNELIO. Señor, perdona . . . ruego a tu clemencia<br />
ADRIANO. Envidioso, vé y sal de mi presencia.<br />
MÉTELO. Eres tú, señor, justo y clemente,<br />
Pues procedes cual debe un soberano.<br />
ADRIANO. Y tú, Mételo, piensa y no te aliente<br />
La envidia y ambición, no, de un humano. Mira a<br />
Cornelio que en matar consiente A los leales por su<br />
propia mano, De la infidelidad huye del templo.<br />
MÉTELO. Aprenderé, oh Adriano, con tu ejemplo.<br />
ESCENA ÚLTIMA Claudio y dichos ADRIANO. ¿De dó vienes,<br />
Claudio? ¿Qué nuevas me traes?<br />
CLAUDIO. Eustaquio, ¡oh! Adriano, murió con sus hijos Tras<br />
dura batalla y dolores prolijos. Decirte no puedo la<br />
fiel relación. El pueblo lloraba de llanto movido, Al<br />
ver a los niños que alegres reían Y plácido el rostro<br />
contentos morían. Movióse mi pecho por dulce<br />
emoción. Orando ofrecía su cuello al verdugo El<br />
candido Tito, que suave reía * » .<br />
Saltó su cabeza que hermosa se erguía<br />
Del hierro al impulso de mano feroz.<br />
Su padre al instante la coge y la besa<br />
Con tierno cariño en el rostro marcado,<br />
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Orando ferviente y en plácida voz.<br />
De Flavio, mi amigo, la hermosa cabeza<br />
Se aparta del tronco en el mismo momento.<br />
Lloraba mirando suceso sangriento,<br />
Que el pueblo tenía lloroso también.<br />
Eustaquio siguiólos alegre y contento<br />
Y ofrece su vida con ánimo fuerte<br />
Del hierro y el fuego esperando igual suerte<br />
Por ver a sus hijos en célico edén.<br />
Morir yo pensaba al mirarlos tan fieles,<br />
Al verlos con rostro sonriente y contento<br />
Sufrir animosos el fiero tormento.<br />
¡Qué imagen tan tierna, feliz sumisión!<br />
Movióme en extremo que Flavio que Tito,<br />
Con voz cariñosa decíame a mi:<br />
"Oh Claudio, oraremos nosotros por ti"<br />
Aguda saeta me hirió el corazón.<br />
ADRIANO. La ley de Trajano y el fiero Cornelio<br />
Privaron a Roma de un hombre valiente. De secta<br />
cristiana que odiaba la ley. Sentía en extremo que<br />
fuese creyente; Sentía en extremo obligarle mi<br />
mando Haciendo que crea en un numen potente,<br />
Querer que privóme de un Jefe valiente Dejando<br />
esparcida su bélica grey.<br />
CLAUDIO. De lástima dignos no fueron por cierto.<br />
7Falta aquí una línea: el sentido y la rima lo denuncian.—Ed.<br />
(Texto facilitado por el Dr. Leoncio López-Rizal)