AMOR Y TERROR DE LAS PALABRAS: LA INFANCIA COMO ...
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Luis Miguel Isava. Amor y terror de las palabras...<br />
Estudios 18:35 (enero-julio 2010): 105-140<br />
fundamento del lenguaje a partir del lenguaje, lo que condena de antemano a<br />
toda investigación filosófica de esta naturaleza a un impasse. Esa comprensión<br />
es imposible fuera del discurso; pero es inválida, por tautológica, dentro de él.<br />
Ya el personaje había intuido esta situación: “Yo no había abandonado el lenguaje<br />
ni podría abandonarlo por esa vía” (51), constatación que no es más que<br />
una transposición de la admonición de Wittgenstein: “no puedo salir del lenguaje<br />
con el lenguaje” (1984, Tomo II: 54). De allí que se intente salir de la<br />
aporía a través de una forma alternativa de pensamiento.<br />
La “línea de fuga” del no-saber local: la cultura<br />
117<br />
Allá arriba no sé donde,<br />
en casa número tanto,<br />
venden yo no sé qué cosa<br />
y vale yo no sé cuanto.<br />
Folklore venezolano<br />
Como indiqué al comienzo, el desarrollo anterior es sólo una parte de la<br />
historia. Simultáneamente al desarrollo del itinerario filosófico y en sintomático<br />
contrapunto con él, se da una exploración que sería necesario calificar de<br />
“suplementaria”. En dicho proceso, el personaje intenta explorar desde perspectivas<br />
“no académicas”, es decir, no sancionadas por el campo intelectual,<br />
la misma problemática que lo apasiona. En un primer momento, la variedad<br />
de los juegos infantiles –que van desde aquellos en que “predomina abiertamente<br />
la palabra” hasta los “más cercanos al borde del lenguaje” (26-27)– le<br />
permite, por una parte, enfrentar el terror primero y, por la otra, poner de manifiesto<br />
la existencia del cuerpo. Esta exploración les otorga un estatuto reflexivo<br />
que sin duda no se les concede en el ámbito del pensamiento discursivo.<br />
Más adelante, ahora en el afán de explorar “las cosas mismas”, intentará alcanzar<br />
el conocimiento de la magnolia por un método que nada tiene que ver<br />
con el discurso filosófico: “me abracé a su tronco… pero esta vez para liberarla<br />
y liberarme de las palabras” (39) –método que, valga la pena recordarlo, ya<br />
Platón cuestionaba en El sofista (246a). Se encontrará luego, ante la incapa-