LA MONTAÑA DE LOS SIGNOS - Iberescena
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El viejo tarahumara<br />
Enfermo de miedo, hablas para no mirar lo que te asusta. No ves que el miedo te lo pro-<br />
duces tu mismo. No hables de la muerte, ella nos espera como una buena madre. Nacimos<br />
para morir y eso es simple como el viento y necesario como la milpa. ¿A que has venido<br />
extranjero? ¿A qué has venido?<br />
El viejo indio abre la mano y lanza al viento un puñado de granos de maíz. El viejo vuelve a la penumbra del<br />
fondo, con las otras presencias, que arrojan pedruscos sobre el túmulo. La mujer lechuza se escabulle.<br />
Se escuchan voces y sonidos ancestrales. Antonin Artaud, sin distinguir si es algo real o una pesadilla, se quita<br />
las piedras de encima, se esfuerza para librarse del peso que lo asfixia y lucha para no morir de angustia.<br />
Artaud toma aire, respira con dificultad, está solo, perdido, sin brújula, queriendo hacer un camino<br />
que parece imposible para sus energías menguadas. Su cuerpo se mueve por inercia. Le parece que pesa mucho<br />
y que se han endurecido las articulaciones.<br />
de los zapatos.<br />
surdas.<br />
Se desplaza entre las piedras y siente el dolor de los pies que tienden a volverse heridas entre el sudor<br />
Pide ayuda, distingue algunas presencias que lo espían y se dejan ver fugazmente, en posiciones ab-<br />
El poeta, como un lobo famélico, busca alimento, agua; se apura y cuando esta cerca de las presencias,<br />
lo ofenden con gestos obscenos y se esfuman.<br />
inexplicable.<br />
Se acuerda de la pesada maleta. Regresa, la hala, la empuja, pelea con ella y sigue cargando un peso<br />
La luz se extingue lentamente.<br />
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