LA MONTAÑA DE LOS SIGNOS - Iberescena
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Escena VI<br />
E l l aberinto del destino<br />
Artaud aparece caminando de piedra en piedra, bregando con la maleta. Tiene aspecto de orate. Rápidamente<br />
ha desmejorado su aspecto. Mujeres y niños se asustan y se esconden a su paso. Las presencias miran desde el<br />
otro lado de la conciencia.<br />
Artaud coloca y recoloca la piedra que va a pisar y así va armando un camino imaginario que le<br />
demanda gran esfuerzo. Se escucha la voz colosal del viento, amplificada, acompañada por ocarinas.<br />
En un plano contrario, casi como un fantasma, en otro tiempo, en una situación similar, cruza el<br />
cronista, con su maleta y sus temores. Golpeado, ebrio todavía, con la cabeza doliendo de manera cruel. No<br />
deja de parecer un doble de Antonin Artaud.<br />
escenario.<br />
Las presencias mueven las piedras, con precisión y sutileza, hasta conformar un laberinto en todo el<br />
Luego desparecen las presencias y quedan los dos personajes, uno real, el cronista, en tiempo presente<br />
y otro evocado, casi fantasmal, habitante del pasado. Antonin y Antonio, recorren rumbos opuestos en el<br />
laberinto.<br />
Se transmite la sensación de estar en el espacio de los perdidos y, al mismo tiempo, en el camino de los<br />
iniciados. El laberinto está diseñado en el piso pero cada personaje debe recorrer su propio laberinto personal<br />
y expresarlo en los desplazamientos, en los gestos, en las pausas, en los cambios de dirección.<br />
La diferencia es la calidad de energía que cada uno maneja: Antonin es ingrávido, excepto en su<br />
batalla con la maleta; Antonio es terrenal, pesa, es grave y da la impresión de portar una maleta que no pesa<br />
demasiado.<br />
Es como un juego de espejos sin la precisión de la imagen exacta. Más bien las posiciones de los per-<br />
sonajes manejan los contrastes y las paradojas que existen entre ellos.<br />
En algún momento están al borde de encontrarse, pero no se ven, ni se sienten, pues pertenecen a<br />
tiempos diferenciados claramente.<br />
Antonio Morales<br />
Toma la grabadora, revisa el último fragmento e inicia un nuevo pasaje<br />
Me siento como una partícula irrelevante transitando por un camino que debió ser una<br />
penitencia para el poeta. Sin heroína y sin amigos, logró llegar a una aldea donde aún se<br />
conservaban rituales ancestrales. Después de varias semanas de iniciado el ascenso a la<br />
Sierra Tarahumara, Artaud, con las llagas de los pies abiertas en carne viva y los ganglios<br />
inflamados, con los labios partidos y el cuerpo escaldado, sucio, oliendo a excrementos y<br />
sudor, desfallece y cae sin sentido. Tal vez expiaba las culpas no satisfechas o los deseos no<br />
confesados. En cierto modo el mismo se veía como un Cristo sin redención.<br />
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