Epílogo Al fondo, a contraluz, la imagen de las presencias petrificadas y en un plano más visible, una mujer, portando un cántaro en la cabeza como si fuera una máscara. Vierte frijoles rojos de un cántaro a otro cántaro, arru- llando la memoria. Antonio Morales está en la estación de Creel, esperando el tren que lo llevará a Chihuahua, junto a su maleta de siempre. Saca la grabadora del Siglo xx, le coloca las pilas de repuesto, revisa el cassette y graba la última nota de la crónica. Antonio Morales Antonin Artaud escribió que los tres días posteriores a la ingestión de Peyote fueron los más felices de su existencia. Años más tarde declaro, en una emisión radiofónica, que los indios precolombinos eran pueblos excepcionalmente civilizados. Artaud pensaba que sería oportuno volver a remontar el curso de la historia, volver a empezar desde los conocimien- tos del mundo precortesiano. Sin embargo, el poeta no tenía asegurado el paraíso y por motivos a los que nunca se refirió, regresó a Europa casi de inmediato. El 31 de Octubre de 1937, vísperas del día de difuntos, en el puerto de Veracruz se embarcó en el trasatlántico francés Mexique, en dirección de Saint Nazaire. Diez años más tarde, en Rodez, converti- do en carne de asilo psiquiátrico, todavía recordaba con añoranza los misterios de la Sierra Tarahumara. Antonio Morales, devuelve el cassette, para escuchar las últimas palabras, confirmando que la grabación se ha efectuado. En vez de su voz el cronista escucha la voz de Antonin Artaud, que increpa, grita y blasfema con desafuero de profeta loco para siempre. (Se trata del celebre fragmento de La búsqueda de la fecalidad, leído en la grabación del programa radiofónico Para acabar de una vez con el juicio de Dios, censurado en Radio Francia, en 1948: Todo lo que huela a mierda huele a ser. El hombre bien hubiera podido no cagar, del mismo modo en que debió elegir la vida en vez de consentir vivir muerto). En el fondo, iluminado con pinceladas de luz huidiza, Antonin Artaud, envuelto en la manta que alguna vez, en el ensueño del Peyote le entregó el sacerdote del Tutuguri, se recoge, desdentado, destruido casi por completo, siguiendo sus palabras amplificadas en el ambiente. La imagen de Artaud se disuelve en la oscuridad total. El resto es silencio. Juan Carlos Moyano Ortiz bogotá, 2010 40
René Magritte The song of the violet, 1951 41