LA MONTAÑA DE LOS SIGNOS - Iberescena
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Antonin Artaud<br />
Las montañas me enseñaron lo que solo los dioses pueden comunicar. El secreto que guar-<br />
da la memoria de la piedra es la materia prima de los sueños y los mundos inefables. Soy<br />
Antonin Artaud, te voy a dar la mano e inmediatamente me veras saltar en pedazos. Luego<br />
tendré un nuevo cuerpo con el que no podrán olvidarme nunca jamás. El peyote devuelve el<br />
yo a sus orígenes verdaderos. No hay tiempo, no hay espacio.<br />
Con el círculo consolidado, los personajes y las presencias se ubican alrededor de tres piedras donde arde el<br />
fuego y se proyectan las sombras de los ancestros, que danzan en el aire, que cantan en el ambiente. Sobre la<br />
semidesnudez de Artaud una mujer vierte un chorro de cenizas.<br />
Los cantos ceremoniales alcanzan un clímax mayor y se suspenden de súbito. Sobre la cabeza de<br />
Antonio Morales y en sus manos vierten una cascada de maíz dorado. Antonio Morales siente gozo, sueña,<br />
no hay conflictos, no recuerda el número del teléfono perdido en las barrancas, solo siente que se baña en<br />
granos de oro.<br />
Artaud se estremece de frío, tiembla, está al borde de la hipotermia. El abuelo Benigno Teporaca, le<br />
entrega a Antonin Artaud su manta de venerable Tarahumara. El poeta con cierta informal solemnidad la<br />
recibe y se la coloca sobre su cansado esqueleto y se siente feliz, acogido por una raza- principio.<br />
El ambiente se llena de sahumerio indio, en forma densa, resuenan los tambores y las voces. Es la<br />
niebla de Norogachic. Todo se oscurece, excepto un haz de luz que cae sobre Antonio Morales, que respira y se<br />
agita levemente. En su sueño el rito se diluye. Silencio. Oscuridad.<br />
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