LA MONTAÑA DE LOS SIGNOS - Iberescena
LA MONTAÑA DE LOS SIGNOS - Iberescena
LA MONTAÑA DE LOS SIGNOS - Iberescena
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Escena VIII<br />
L os fantasmas del teatro<br />
Las presencias deshacen el círculo de piedras y rearman signos y símbolos del territorio Tarahumara: un<br />
universo de partículas dispersas con orientación centrífuga y un núcleo central más grande y compacto. Al<br />
lado, una serpiente-camino de piedras continuas, con pronunciadas ondulaciones. Es el petroglifo del camino<br />
cósmico que ellos recorrieron para caer del cielo en las estribaciones de la Sierra. Es un rastro rupestre el paisaje<br />
escenográfico.<br />
Antonio Morales aparece en contrapunto, de manera paralela, sobre una piedra, dentro de un peque-<br />
ño círculo. Activa la grabadora y sigue tomando notas para la crónica.<br />
Antonio Morales<br />
El 16 de septiembre de 1937 el poeta Antonin Artaud está en Norogachic, en el corazón<br />
de la Sierra Tarahumara. Ha logrado contacto con los ancianos que han conservado la<br />
tradición del Peyote. El director de la escuela rural le indica la trocha para llegar a una casa<br />
humilde, levantada en la boca de una caverna, a la vista de las estrellas. Había que cami-<br />
nar un buen trecho y la posibilidad de asistir a la ceremonia se convirtió en el animador<br />
todopoderoso que le ayudó a superar los últimos inconvenientes. Artaud era un hombre<br />
con entereza y siguió cuesta arriba, sin desfallecer. Cuando pienso en los motivos que lo<br />
impulsaron para llegar a México a veces creo su propia versión del vidente predestinado a<br />
conocer la magnitud de su fracaso.<br />
Se oscurece el plano de Antonio Morales y una luz cenital ilumina la terquedad guerrera de Antonin Artaud,<br />
que realiza ejercicios de Samurai, a su manera, con los inconvenientes de un cuerpo azotado por la droga y<br />
mermado por el desgaste del viaje. Toma una piedra, como si tomara un cráneo y se deja ir, con un soliloquio<br />
de tonos febriles, hablando para él, para el universo, para la soledad de las montañas.<br />
Antonin Artaud<br />
Ahora que habito lo más recóndito de mis dolores y puedo hablarme como si fuera el doble<br />
que observa desde el otro lado de la conciencia, me veo en una montaña como si estuviera<br />
en un gran escenario natural y veo como el dolor de los huesos y la quemazón de los nervios<br />
me han llevado a una desintoxicación en carne viva, dolorosa y cruel. He sido mi propio<br />
verdugo y he logrado purificarme con creces. La piel está resquebrajada como la piel de las<br />
barrancas y los pies se han ulcerado para que andar tenga un sentido conciente. En mí la<br />
poesía hace rato desbordó las palabras.<br />
Artaud, de improviso, se dirige a la maleta, la empuja con intenciones teatrales, como explicando sus conceptos<br />
29