LA MONTAÑA DE LOS SIGNOS - Iberescena
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Antonio Morales<br />
Antonin Artaud<br />
Me asombra que su rumbo tuviera tantas semejanzas con los rumbos de todos los que per-<br />
dimos el rumbo, cuando dejamos de escuchar el canto milenario de las piedras y nos pusi-<br />
mos a buscar las causas de la estupidez y perdimos el contacto con el ritual más primitivo, la<br />
revelación de cada uno con si mismo. Usted es un poeta, una energía etérea, una materia ca-<br />
liente, una condensación deletérea, una partícula más en la silenciosa hecatombe del olvido.<br />
Lo dicho, usted es consecuencia de mi delirio, repite lo que dije, sigue mis pasos, parece un<br />
espía sin señales ni contraseñas. Es anónimo en los pliegues de mi conciencia y es consis-<br />
tente en este momento. Podría ser un corto circuito de mi sistema nervioso… Me repite su<br />
nombre señor cronista, amanuense de mis abruptas necesidades de espécimen condenado<br />
al ostracismo de su propio cuerpo inexistente. Soy desencarnado, ángel con alas quemadas,<br />
demonio con vocación prístina.<br />
Antonio Morales<br />
¿Qué lo trajo a México, porqué no buscó refugio en el Tibet si usted era seguidor del<br />
Dalai Lama?<br />
Antonin Artaud<br />
La sabiduría tibetana es experta en la muerte y la sabiduría de los Tarahumaras es pura<br />
vida. Por eso me vine a México, ávido de conocimientos que tendrían que ser reconocidos<br />
a través de su negación. Pero tiene razón, mi caso ya estaba perdido. Cuando dios lanzó<br />
los dados me golpeó en la espina dorsal y averío para siempre mi sistema nervioso. No<br />
hubo mater dura que resistiera, ni madre pía que llorara, ni araña de la suerte que evitara<br />
los dolores.<br />
Antonio Morales<br />
Prefiero ubicarme en el tiempo, quiero deshacerme de estas percepciones que me impi-<br />
den pensar, que me hacen dudar de mi mismo. Tengo dificultad para discernir las ideas<br />
asociándolas con los actos de vida. Es como si dispusiéramos de nuestra ignorancia para<br />
repetir la desgracia. Yo he seguido su contrahuella y ahora me siento ubicado en el reverso<br />
de la conciencia. Por eso creo que los dos somos delirio de dios y que dios es delirio de un<br />
niño travieso, que nació en Marsella y estaba destinado para ser un excelso poeta. Encarnó<br />
la turbulencia, pero el fuego interior terminó incinerándolo y en la tumba nunca se han<br />
empolvado sus huesos.<br />
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