LA MONTAÑA DE LOS SIGNOS - Iberescena

sido completamente arrasado, que aún conserva los misterios esenciales que la civilización
occidental ha olvidado tal vez para siempre.
Marca un número telefónico y finalmente deja un mensaje
Amor, porqué no me respondes, estarás ocupada o habrás salido a la terraza y estarás ten-
dida en la hamaca. Estoy solo en la estación, no hay guardias, no hay trenes, no hay vende-
dores, no hay pasajeros. Solo el viento frío y esta soledad… Me quedaré en un hotelito de
paso y mañana seguiré camino. Te amo.
Toma la maleta y sigue hablando como si tuviera la grabadora en la mano
Como un fugitivo, huyo de mi mismo y sigo los rastros de un fantasma. Nadie me conoce e
ignoro si me busco o quiero olvidarme de mis propios pasos. No puedo reversar el rumbo.
Imagino al poeta Artaud confrontado por la vida. Era un intelectual demasiado lúcido y así
mismo un adicto empedernido. En septiembre de 1937 se detuvo en una quebrada y desde
un puente de madera botó la última dosis de droga. Su gran pasión era la poesía y su amor
maldito había sido la heroína y ahora la arrojaba con el propósito de desprenderse de las
raíces de hidra que lo ataban. Quería llegar limpio a los misterios de la Sierra Madre.
Antonio Morales se detiene, deja la maleta, mira a su alrededor y toma notas en una libreta. Ideas rápidas,
que le llegan como fogonazos. La luz se desvanece lentamente.
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