LA MONTAÑA DE LOS SIGNOS - Iberescena
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Escena VII<br />
L os ecos del silencio<br />
En un círculo de piedras, puestas unas sobre otras, creando un muro en forma de anillo, están Filiberto Aguilar,<br />
director mestizo de la escuela rural y el poeta francés Antonin Artaud.<br />
A pesar del aspecto desastroso el poeta muestra el perfil de hombre distinguido, capaz de mover a su<br />
favor las artes del encantamiento. Al fin y al cabo se trata de uno de los poetas surrealistas de mayor impacto<br />
ante los auditorios parisinos. También es un consagrado actor.<br />
Aquí está, con un hombre más bien rústico, que no es indio ni blanco y que intenta escucharlo con<br />
paciencia porque es un extranjero con certificaciones y recomendaciones de importantes señores de las institu-<br />
ciones oficiales.<br />
Los dos hombres están sentados en pilas de piedras, uno frente al otro.<br />
El director de la escuela rural, con cierta solemnidad, examina las certificaciones que Artaud ha<br />
recaudado con las instituciones que lo apoyan en su investigación sobre las ceremonias indígenas. Quiere ser<br />
cordial y deja ver su gusto por la bebida. Ofrece licor de la región: Tesguin.<br />
Entre el poeta y el director de escuela desarrollan un juego que consiste en armar una torre con piedras<br />
pequeñas, buscando el equilibrio y la verticalidad. Cada uno coloca una piedra con cierta dosis de suspenso,<br />
combinando las palabras y los menudos movimientos.<br />
En el centro hay un recipiente de barro con tesguin, una bebida de shunuku o maíz fermentado. Hay<br />
un par de vasos de barro. Los hombres intercalan jugadas, tragos y palabras. Una mujer entrada en carnes,<br />
también mestiza, les sirve la bebida periódicamente.<br />
Director de la escuela<br />
Antonin Artaud<br />
Soy Filiberto Aguilar, director de la escuela y corregidor de la región. Vengo de Temoris,<br />
donde llegó mi progenitor en los tiempos del General Villa. Era sargento y le dieron man-<br />
do, pero un día lo mataron a estocadas, cuando estaba borracho en las fiestas de San Juan.<br />
Yo era niño y casi he olvidado el rostro de mi padre. Mi madre era Tarahumara y por eso<br />
entiendo a esos indios y trato de no chingarlos demasiado. Ahora si, dígame que se le ofrece.<br />
He venido a México a buscar lo que Europa me ha negado, es decir, la esencia de un cono-<br />
cimiento perenne que nos permita trascender la vacuidad de la rutina productiva. Hablo<br />
de una revolución de conciencia donde el pensamiento racional no sea lo que determina el<br />
orden de las ideas y la lógica de los acontecimientos. Révellion, révolte, revelatión. Por eso<br />
estoy en la Sierra y me interesan los Tarahumaras. Estos hombres a quienes se considera<br />
ignorantes, han alcanzado un grado de cultura sorprendente. Tengo una idea orgánica de la<br />
cultura, una idea profunda que devela la vida del espíritu.<br />
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