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LA MONTAÑA DE LOS SIGNOS - Iberescena

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Escena IX<br />

E l danzante de l as seiscientas campanas<br />

En el plano de fondo, en el otro lado de la conciencia, se insinúan las siluetas de algunos indígenas viejos, ergui-<br />

dos, envueltos en sus mantas. Suena la música de los Rarámuri, raro y letárgico fondo.<br />

Las presencias han organizado las piedras en dos espirales paralelas que ocupan el escenario y que<br />

encuentran punto de contacto, porque la una es la continuación de la otra.<br />

Un niño vestido de blanco conduce a Artaud por un camino imaginario. Le indica al poeta las dos<br />

espirales y se queda esperando que Artaud lo recompense. Pero el poeta no dice nada, solo se deja atrapar por<br />

la simbología de las piedras en el piso.<br />

En la espiral derecha está, inmóvil, un danzante que lleva en su traje seiscientas campanas y cas-<br />

cabeles. El traje está hecho con extraordinario colorido. El danzante está coronado con un capirote que tiene<br />

engastados siete espejos, siete imágenes de la Virgen de Guadalupe y cinco plumas de águila.<br />

Artaud se quita la camisa y queda con el torso desnudo. Un anciano con un pañuelo rojo atado en la<br />

cabeza, le lava los pies y le humedece el cabello y el rostro y luego con una daga traza sobre el pecho del poeta,<br />

sin rozar la piel, una cruz con los cuatro puntos cardinales.<br />

Artaud entra en la espiral izquierda, la espiral del corazón. Sus pies húmedos dejan huellas en el<br />

camino de la serpiente que se enrolla en si misma. Se sienta en posición de diamante y respira expandiendo su<br />

tórax con más ganas que fuerza.<br />

Se escuchan tambores indios desde el otro lado de la conciencia y el danzante antes de romper la<br />

inmovilidad lanza un aullido y comienza su danza de movimientos rítmicos y sonidos que van inundando el<br />

espacio escénico y que se amplifican de manera creciente.<br />

El danzante avanza, bailando, con el lenguaje de las campanas y los cascabeles, por la espiral derecha<br />

y Artaud se mueve, como empujado por impulsos involuntarios, fragmentando los movimientos, sintiendo<br />

dolores extremos en el cuerpo, al ritmo del danzante.<br />

Es fuerte el baile, catártico, acompañado de aullidos del danzante y de lamentos del poeta que siente<br />

que todo su cuerpo se rompe, destrozado por las dentelladas invisibles de su conciencia.<br />

Artaud termina el recorrido de la espiral, da unos pasos y cae agotado, de rodillas. El danzante sigue<br />

con más fuerza su baile y ahora se le unen seis danzantes con tambores, que bailan alrededor del espíritu ator-<br />

mentado.<br />

Los Tarahumaras de los tambores van con el torso desnudo, con pañuelos rojos en las cabezas y con<br />

el cuerpo maquillado con diseños de puntos blancos y líneas rojas.<br />

Los danzantes, poco a poco van saliendo, y el danzante de las campanas se retira, bajando el ritmo<br />

de sus movimientos hasta llegar a la quietud y al silencio.<br />

Artaud queda solo, sereno, sin que lo atormenten los dolores de siempre. Nada le importa, excepto la<br />

sensación de serena libertad que lo posee.<br />

En el centro del escenario Artaud forma con piedras un triángulo donde puede acomodar su cuerpo<br />

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