Termíteme - Roca Editorial
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la emperatriz amarga<br />
generaciones de hembras de la familia juntas. Con la misma<br />
disciplina con la que reorganizó las legiones y las provincias<br />
romanas, administró su tiempo doméstico y a nosotras, con un<br />
amor enorme y tierno, impropio de un rudo soldado curtido en<br />
muchas batallas. Se desvivía por nosotras que alborotábamos<br />
con nuestras risas, por nuestra supremacía numérica de mujeres,<br />
la evidente desventaja que nos marcaba el sexo fuera de las<br />
paredes seguras de su palacio. Ojalá el hombre que me tocó en<br />
suerte, Adriano, mi primo, admirable en muchas de sus acciones,<br />
se hubiera parecido un poco en esto a Trajano, y su exquisito<br />
trato al género femenino. Las reformas del Emperador Augusto,<br />
al que nunca tuve simpatías a pesar de los encomios de<br />
los historiadores y patricios por aumentar sus presuntas proezas,<br />
habían inclinado la balanza, aún más, en contra de las féminas,<br />
a menos que hubiesen pagado su diezmo al Imperio<br />
de tres o más hijos, nutriéndolo de carne fresca para sus filas de<br />
soldados con los que satisfacer su ansia nunca colmada de conquistas.<br />
La palabra de la mujer valía menos que la de un hombre<br />
y, su honor, estaba en equilibrios más difíciles ante las de<br />
los varones frente a situaciones idénticas. A pesar del esplendor<br />
del Imperio y su sociedad avanzada, como sabes, mi amiga<br />
Julia, las féminas habíamos retrocedido en derechos con el glorioso<br />
Augusto, en comparación con los tiempos del César Julio,<br />
o de la República. Las mujeres sólo tenemos cuatro destinos<br />
posibles en este mundo nuestro que llamamos civilizado: el del<br />
sacerdocio, renunciando al amor y a la descendencia por el servicio<br />
a los dioses; el del matrimonio, que es a menudo una<br />
forma encubierta de esclavitud al marido o a la familia y legitimación<br />
social por vínculos de sangre sin otro tipo de afectos,<br />
y del que sólo puede librarnos la viudez o la muerte; el de las<br />
artes, como en tu caso, rara excepción no exenta de sacrificios<br />
y de superaciones por el prejuicio de los escritores, otro dominio<br />
habitual de los varones, o el de la prostitución, como libre<br />
pero azarosa y no aceptable manera de subsistencia. A menudo<br />
pensé si cualquiera de los otros tres destinos que no me correspondieron<br />
hubiera sido mejor que el que me otorgó en<br />
suerte la diosa Fortuna, pero ya había sido decidido por mí, antes<br />
de que yo pudiese decir nada, por mandato de mis mayores,<br />
y dudo que mi opinión hubiese sido tenida en cuenta. Yo era<br />
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