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Termíteme - Roca Editorial

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la emperatriz amarga<br />

no duden de ti o, quizá, peor aún, quieran darte pruebas de su<br />

influencia sobre tu vida. Acuérdate del poeta ése de Córdoba<br />

que te gusta tanto, de Lucano, que se reía de los seres inmortales<br />

y de los hombres, supersticiosos, según los ridiculizaba, que<br />

depositaban su fe en ellos. Acabó abriéndose las venas, por orden<br />

de Nerón, que lo descubrió conspirando contra su vida, o<br />

eso creía el Emperador que, para su caso, era lo mismo. Mira si<br />

los dioses quisieron reírse de su falta de fe y respeto, que terminó<br />

sus días suplicando perdón, el amparo de los eternos, y<br />

vendiendo hasta a su madre, a la que incriminó en la conjura,<br />

cierta o no, causando también su muerte, para tratar de salvar,<br />

inútilmente, su existencia. Lo recordé luego en muchas ocasiones;<br />

casi me pareció oírselo varias veces después de perecer,<br />

plácidamente en su cama y rodeada de los suyos, en los momentos<br />

en los que mis creencias piadosas sucumbieron ante la<br />

crudeza de la vida y sus exigencias. Nunca estuve segura de<br />

hasta dónde mi abuela había entretejido una red de salvaguarda<br />

sobre mi vida y la de su hija, mi madre, ni hasta qué<br />

punto sufrió y causó su deterioro final, dulce pero definitivo, el<br />

saber de mis padecimientos, uno de los pocos asuntos que escapó<br />

en parte de su previsión y control. Quizá los dioses acabaron<br />

tomando partido, finalmente, en mi contra, o, como los<br />

más necios, también yo acabé descargando en ellos mis propios<br />

errores y culpas…<br />

En aquellos días de mi nacimiento, los seres inmortales y<br />

los hombres se habían puesto de acuerdo, desde luego, en acrecentar<br />

su desgracia, como me contaron y leí, ya en edad adulta,<br />

de las crónicas y textos de Veleyo, Tácito y Plinio, apodado «el<br />

Viejo», al que mi tío Trajano quiso mucho, y lloró tras su terrible<br />

desaparición en Pompeya. A las locuras incendiarias de Nerón,<br />

seguidas de persecuciones, ejecuciones, y espectáculos criminales<br />

propias de un monstruo mitológico sediento de sangre<br />

como una Furia, surgieron rebeliones contra este caos desde las<br />

Galias, Lusitania, y la Hispania Citerior, que acabarían con la<br />

muerte del dictador demenciado. Tampoco esto trajo paz al Imperio.<br />

En un sólo año fueron nombrados tres Emperadores, sucesivamente<br />

traicionados y con terrible fin, como si el orden<br />

establecido se hubiese subvertido en una nueva forma de bacanal<br />

de muerte y sangre. Galba, que obtuvo la lealtad de varias<br />

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