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Termíteme - Roca Editorial

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32<br />

manuel francisco reina<br />

diez años, fue enviado con uno de sus tutores a la ciudad hispalense.<br />

Poco tiempo pasaría en Híspalis ya que, el tutor,<br />

viendo las dificultades de encauzar aquel río desbocado de desafectos<br />

que era el niño Adriano, mi primo y futuro esposo, lo<br />

enviaría con su marcial tío a Roma, a los 15 años, con la esperanza<br />

de reconducir sus erráticos pasos. El padre de Adriano,<br />

del mismo nombre, había sido tutor de Trajano y Publio Acilio,<br />

al morir sus padres en el campo de batalla, y le pidió a ellos el<br />

mismo favor con su hijo si le sobrevenía la muerte, como sucedió,<br />

tras la postergación de una larga y penosa enfermedad.<br />

Muchos familiares lejanos seguían viviendo en las dos ciudades,<br />

lo que daba a mi madre y la suya una sensación de salvaguarda<br />

que aún no habían encontrado en la convulsa y aún<br />

ajena Ciudad Eterna. Adriano, un niño casi adolescente entonces,<br />

de cabellos rubios, aunque un poco más oscuros y rizados,<br />

como casi todos los miembros de la familia, que luego sería,<br />

como sabes, mi esposo, primo lejano de la hermosa Bética, jugueteó<br />

en el regazo de mi madre mientras yo aún estaba en él,<br />

entre sus jardines repletos de árboles y estatuas, de fuentes y<br />

flores de olor en Itálica, muy cerca de Híspalis. Le llamaban «el<br />

grieguecillo», mote que le puso su primer mentor en gramática,<br />

más partidario del griego que del latín como idioma primero,<br />

y por su interés desde muy tierna edad por la lengua y<br />

cultura helena, que manejaba con soltura y de la que alardeaba<br />

habitualmente. Matidia, mi madre, contaba de forma repetitiva<br />

y dichosa en sus últimos años, al ver a aquel niño convertido<br />

en Emperador y marido de su hija, cómo sollozaba cuando<br />

abandonaron Itálica, camino de Gades, dejándolo sin sus mimos<br />

a él y a su hermana mayor, Elia Domicia, no muy acostumbrados<br />

a los cuidados de su propia madre, que prácticamente<br />

se desentendió de ellos al morir su padre —según<br />

decían en casa—, nombrando como tutores a Trajano, ya inmerso<br />

en la carrera del Honor, y a Publio Acilio Aciano, un influyente<br />

amigo, notable de Itálica, que se encargó de su educación<br />

primera. No supe hasta mucho más tarde las razones de<br />

aquella mujer hermosa y triste, Domicia Paulina, gaditana<br />

como yo, para dejar de una manera tan poco maternal a sus niños<br />

pequeños al cuidado de sus familiares sin dar demasiadas<br />

explicaciones, y marcharse a su ciudad natal, a vivir de una

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