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Termíteme - Roca Editorial

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la emperatriz amarga<br />

los ojos abiertos, a su amo y a otro esclavo, amigo suyo, que<br />

trataba de sostener al venerable Plinio, y que acabó perdiendo<br />

el sentido, creyendo que con él, no muy lejos de la playa, perdía<br />

la vida.<br />

—Dos días más tarde, cuando todo se apaciguó un poco<br />

después de tanta devastación, se organizaron grupos de legionarios<br />

y voluntarios no militares, de entre los supervivientes y<br />

pueblos de los alrededores, de búsqueda —aseguró mi tío Trajano—.<br />

Uno encontró al viejo Plinio, inmóvil, venerable por su<br />

edad y nobleza de espíritu, tranquilo en la arena de la playa,<br />

sobre el lienzo, como si estuviese recostado para el sueño de<br />

una larga siesta de la que ya no se levantaría.<br />

—El sueño eterno —susurró la abuela.<br />

—Pompeya y Herculano desaparecieron de la faz de la tierra<br />

como si nunca hubieran existido —continuó mi tío Trajano—.<br />

Sepultadas bajo un humeante manto de rescoldos y cenizas<br />

igual que los que quedan tras la cremación de los<br />

difuntos. El mismo olor. El mismo silencio. Nadie, ni los soldados<br />

más aguerridos se atrevían a acercarse ante tan monstruoso<br />

prodigio que unos achacaban a la cólera del dios Vulcano<br />

y, otros, a las demandas de vidas del infernal Plutón.<br />

Estabia quedó dañada, así como Miseno, aunque en menor medida.<br />

Cumas, en donde se refugiaron el joven Plinio y su madre,<br />

que sólo padeció algunos temblores, la demencia de las<br />

mareas, y parte de las bocanadas fétidas y de cenizas que arrastraron<br />

los vientos desde el Vesubio, resultó ilesa. Más de veinte<br />

mil vidas fueron devoradas por aquel desastre sobrenatural,<br />

como si nunca hubiesen nacido, ni formado parte de nosotros.<br />

Pero sí los recordábamos, con sus rasgos y gestos, como una<br />

dolorosa herida invisible que no terminaba de desaparecer<br />

nunca.<br />

—Mi tío, antes de partir a su final, aseguraba que no era la<br />

mano de los dioses sino la de la naturaleza la que originaba<br />

aquello —apostilló Plinio—. Yo, sin ser un hombre tan sabio,<br />

no estoy tan seguro de ello…<br />

—Yo creo que tu duda es más sabia que la certeza de tu<br />

buen tío, que le ocasionó la muerte —farfulló la abuela afirmándose<br />

en sus propias creencias con aquella exclamación—.<br />

Aunque no seré yo la que deshonre las afirmaciones de un di-<br />

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