Termíteme - Roca Editorial
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la emperatriz amarga<br />
ses, los excesos de los hombres, y la sangría intestina de las<br />
contiendas bélicas, más de una vez rozando la guerra civil.<br />
Nunca llegó a declararse abiertamente, pero se vivió como si la<br />
sombra de los enfrentamientos fratricidas de los días de Julio<br />
César y Pompeyo, volvieran con más crueldad con el acontecer<br />
de los hechos en cada calle y con mayor ruindad de sus líderes.<br />
Lo cierto es que, ni siquiera entonces, cuando el enfrentamiento<br />
abierto entre los componentes del Triunvirato llevó a la<br />
declaración de guerra, el horror y la destrucción golpearon tan<br />
devastadoramente el corazón mismo de la capital romana. Ya<br />
se habían extinguido los últimos focos rebeldes, y parecía que<br />
la paz comenzaba a asentarse en los últimos años del reinado<br />
de Tito, cuando los dioses parecieron golpearnos de nuevo con<br />
todas sus omnipotentes manos.<br />
Los romanos apreciaron los esfuerzos de este nuevo gobernante<br />
por asentar el sosiego en los intranquilos hogares de<br />
Roma, además de las obras públicas que devolvieran a la gran<br />
ciudad el esplendor ruinoso de tantos años de calamidades y<br />
enfrentamientos civiles. Unas fastuosas termas con su nombre,<br />
un arco imponente en el mismo foro que conmemoraba su<br />
victoria en Judea, además de la finalización de las obras del Coliseo,<br />
al que su sucesor Domiciano agregó la última planta,<br />
arrojaron a los ciudadanos las esperanzas de que, sobre sus cenizas,<br />
el Emperador traería de nuevo la monumentalidad y la<br />
prosperidad de otros tiempos a una ciudad de la que estaban<br />
enamorados profundamente. Los ciudadanos de la capital amaban<br />
a Roma por encima de su propia vida, como si de la diosa<br />
del Amor se tratara. Muchos poetas, entretejían en sus versos<br />
y canciones la leyenda de que éste, el Amor, era el nombre<br />
oculto de la ciudad, y su personalidad más íntima de deidad<br />
amorosa, escondida en la lectura inversa de su nomenclatura<br />
urbana. Para mí, sin embargo, que aprendía a amar a Roma<br />
como un credo incuestionable, la ciudad era más bien la personalización<br />
del poder, una divinidad guerrera como la sanguinaria<br />
Belona que acompaña con su látigo y sed de sangre el cortejo<br />
del dios Marte. Una diosa feroz e implacable que, de tarde<br />
en tarde, cuando las tácticas más violentas no surtían efecto,<br />
recurría a la seducción y a la suavidad, como las panteras, para<br />
reducir a sus adversarios con otras artimañas más sofisticadas.<br />
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