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Termíteme - Roca Editorial

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la emperatriz amarga<br />

tector, era un hombre devoto de los dioses, creyente de las tradiciones<br />

y costumbres heredadas de sus padres, o un perfecto<br />

descreído que utilizaba las esperanzas ajenas en lo intangible y<br />

sus nombres divinos de forma estratégica, ya que nunca dejó<br />

de ser un militar hábil, según le conviniese mejor a sus propósitos<br />

de representación del poder. Quizá lo sobrenatural de<br />

aquel suceso del Vesubio fuera una de las manifestaciones más<br />

evidentes para él, de la insignificancia de los mortales frente a<br />

los dioses, a los que algunos filósofos y poetas llamaban, simplemente,<br />

naturaleza…<br />

—De pronto, en la mitad del día, se hizo la noche —sentenció<br />

Plinio con tanta serenidad como pesadumbre—. Una noche<br />

más negra y espesa que todas las noches juntas de todos los<br />

tiempos. Grandes llamas y vastos fuegos comenzaron a brotar<br />

por distintos puntos del Vesubio, como lenguas sinuosas de<br />

metal derretido en las fraguas. La nube que se había formado<br />

en el cielo pareció descender también por la ladera de la montaña,<br />

sobre la ciudad de Pompeya, cubriéndola en tiniebla, y<br />

sobre las aguas, hacia nosotros en la ciudad de Miseno. El mar<br />

comenzó a contorsionarse, a generar movimientos inusuales<br />

en la pleamar de aquellas horas, mientras el cielo seguía oscureciéndose<br />

más y más tupidamente. Parecía noche cerrada y<br />

sin luna, cuando el agua del mar se retiró como si una diosa<br />

marina recogiese su vestido, dejando ver las sorprendidas criaturas<br />

de su fondo dando boqueadas, faltas de su elemento, agonizantes<br />

y desvalidas como nos veríamos todos si nos sacaran<br />

de nuestro lugar natural y nos impidiesen tomar resuello. Muchos<br />

de los lugareños se acercaron hasta la playa a contemplar<br />

aquello, e incluso algunas madres, habituadas a los desabridos<br />

movimientos sísmicos de aquella provincia, inconscientes, llevaron<br />

a sus niños a jugar en los pequeños charcos y embalses<br />

que se quedaron en aquella bajamar exacerbada y súbita, en<br />

la que saltaban peces de todo tamaño y clase, en la que los pulpos<br />

se arrastraban entre las rocas húmedas, buscando refugio y<br />

escape de los pescadores ocasionales, y las estrellas de mar se<br />

retorcían, encogiéndose, bajo el ala de sombra de un sol devorado.<br />

Mi tío Plinio quiso acercarse también, incluso declaró su<br />

interés de aproximarse a Pompeya, a los pies de la montaña, a<br />

tomar unas notas de aquel fenómeno para su última y ambi-<br />

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