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Pensar la Dictadura - Igualdadycalidadcba.gov.ar

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92<br />

VIII. Las primeras Madres<br />

En este ap<strong>ar</strong>tado reproducimos el testimonio de una de<br />

<strong>la</strong>s primeras Madres de P<strong>la</strong>za de Mayo que recuerda<br />

cómo fueron los pasos iniciales p<strong>ar</strong>a busc<strong>ar</strong> a su hija, el<br />

comienzo de una lucha que con el tiempo se convirtió<br />

en ejemplo de dignidad en todo el mundo.<br />

«Descenso al infierno<br />

Ketty, es decir, Beatriz Asc<strong>ar</strong>di de Neuhaus, no recuerda con precisión cuándo conoció a Azucena, pero fue algún<br />

tiempo antes de aquel encuentro en <strong>la</strong> P<strong>la</strong>za de Mayo. Dice que Azucena ya le había hab<strong>la</strong>do de que debían junt<strong>ar</strong>se<br />

y hacer algo unidas, y que el<strong>la</strong> comp<strong>ar</strong>tía eso y que, de hecho, era lo que estaba haciendo por su <strong>la</strong>do, pero limitándose<br />

a gestiones y entrevistas. “Pero –agrega– lo que el<strong>la</strong> p<strong>la</strong>nteaba era algo más; el<strong>la</strong> ya estaba pensando en algo<br />

distinto y yo, con todo lo que había pasado, me di cuenta enseguida”. Ya hacía más de un año que había comenzado<br />

su tragedia.<br />

“Ese chico, el hijo de <strong>la</strong> señora Cabrera, ¿se sabe dónde está?”, había preguntado Ketty a su hija, que al igual<br />

que el<strong>la</strong> se l<strong>la</strong>maba Beatriz.<br />

P<strong>ar</strong>a Ketty, como p<strong>ar</strong>a <strong>la</strong> mayoría de los <strong>ar</strong>gentinos en ese momento, el término “desap<strong>ar</strong>ecido” no existía, al menos<br />

en el sentido que refiere a aquello que comenzaba a suceder en el país y que p<strong>ar</strong>ecía hundir en el más absoluto<br />

misterio <strong>la</strong> vida y el destino de miles de personas. Era algo insondable, un vacío que no tenía explicación ni pa<strong>la</strong>bras<br />

p<strong>ar</strong>a nombr<strong>ar</strong>lo. Pero además, hasta ese momento, p<strong>ar</strong>a Ketty era algo que le sucedía a los otros. “No, no se sabe<br />

nada”, contestó Beatriz. “¿No será peligroso? ¿No tendrías que cuid<strong>ar</strong>te o irte?”, se inquietó Ketty. “Pero, mami, si yo<br />

no hago nada. ¿Por qué voy a tener que esconderme?”.<br />

La respuesta de su hija <strong>la</strong> tranquilizó. La muchacha tenía 24 años y estaba emb<strong>ar</strong>azada, y desde hacía un mes<br />

vivía en <strong>la</strong> casa paterna, en Pasco 793, de <strong>la</strong> localidad bonaerense de Ramos Mejía, junto a su m<strong>ar</strong>ido, Francisco<br />

M<strong>ar</strong>tinez, de 27 años. La situación era transitoria; habían dejado su casa de alquiler y estaban buscando otra, un poco<br />

más amplia, p<strong>ar</strong>a cuando naciera su hijo.<br />

El 16 de m<strong>ar</strong>zo de 1976, una semana antes del golpe de Estado, Ketty estaba prep<strong>ar</strong>ando <strong>la</strong> cena y le aconsejó<br />

a Beatriz que saliera a camin<strong>ar</strong>. “En tu estado hay que moverse”, le dijo.<br />

Era una noche apacible y el<strong>la</strong> y Francisco salieron a d<strong>ar</strong> una vuelta por el b<strong>ar</strong>rio. Fue <strong>la</strong> última vez que Ketty los vio<br />

vivos. La p<strong>ar</strong>eja no volvió a <strong>la</strong> hora de <strong>la</strong> cena y <strong>la</strong> inquietud en <strong>la</strong> casa fue creciendo con el paso de <strong>la</strong>s horas; ya era<br />

de madrugada cuando un vecino vino a avis<strong>ar</strong>les que los dos jóvenes habían sido detenidos junto a otras personas,

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