Textos Teatrales - Casa del Teatro de Medellín
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y no me di cuenta como sucedió. Fue eso. Si eso. El timbre<br />
<strong>de</strong> un teléfono cambió mi vida. Ahora que recuerdo. Fue<br />
el timbre <strong>de</strong> un teléfono que ahora, solo ahora, siento que<br />
graznó como canto <strong>de</strong> pájaro agorero <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el inicio <strong>de</strong> su<br />
molesto e ininterrumpido sonar. Que estaba pensando en ese<br />
momento, no es importante. Tal vez en esa entrega. Estaba en<br />
mi cuarto sentada, simplemente sentada, sintiendo el peso<br />
<strong><strong>de</strong>l</strong> cuerpo en mi pelvis <strong>de</strong> amante. Es increíble pero ahora<br />
solo caigo en cuenta que el sonar <strong>de</strong> un teléfono pue<strong>de</strong> ser<br />
el preludio <strong>de</strong> un cambio radical <strong>de</strong> vida. Alguien <strong>de</strong>cía que<br />
no contestar a un llamado insistente pue<strong>de</strong> significar el no<br />
salvar a un amigo que en ese momento solo requiere <strong>de</strong> tu<br />
ayuda para no dispararse en la sien ante lo absurdo <strong>de</strong> una<br />
existencia que preconiza una i<strong>de</strong>al condición humana a cada<br />
momento violentada por una animalidad subyacente en todo<br />
ser viviente. Cuantos matices pue<strong>de</strong>n pasar <strong>de</strong>sapercibidos<br />
en ese mecánico acto <strong>de</strong> sonar un timbre. El recuerdo <strong>de</strong><br />
mi niñez, <strong>de</strong> mis juegos en el parque, <strong>de</strong> mi encuentro con<br />
Fabio, <strong>de</strong> mi matrimonio con él teniendo diecisiete años y el<br />
veinticinco abriles, <strong><strong>de</strong>l</strong> paso <strong>de</strong> las muñecas <strong>de</strong> mirar fijo, al<br />
hijo <strong>de</strong> mirada inquieta y llorar salobre; en el alegre repicar<br />
<strong><strong>de</strong>l</strong> inicio y en el prolongado sonido <strong>de</strong> la espera cargado <strong>de</strong><br />
emociones y <strong>de</strong> celos que hacían que le tatuara con el lápiz<br />
labial el sexo para en las afiebradas noches nocturnas darme<br />
cuenta si había sido o no infiel. Creía amarlo hasta el momento<br />
en el cual Ernesto me hizo sentir mujer con el <strong>de</strong>recho a<br />
sentir como él, o mejor que él, los espasmos <strong>de</strong> una relación<br />
consumada a pleno. Nunca antes Fabio me hizo sentir lo que<br />
para mí se convirtió en una huella tatuada en el centro mismo<br />
<strong><strong>de</strong>l</strong> placer. Mis dilatadas y siempre a flor <strong>de</strong> boca disculpas<br />
para compartir lecho nupcial, fueron atribuidas por mi esposo<br />
a enfermeda<strong>de</strong>s femeninas <strong>de</strong> por sí incomprensibles. El timbre<br />
gilberto martínez 75